La
esperanza, "esa cosa con plumas que se posa en el alma", decía Emily Dickinson, y nuestra imaginación se lanza a recrear ese
bello animal plumado, seguramente en tonos verdes, de canto delicado y
persistente. No le vemos las uñas, no nos remontamos más atrás en el mito a la
caja de los males de Pandora. ¿Es esa esperanza en que nos sucederá lo que
deseamos la que deja que se pudran las situaciones? Esa Doña Esperanza con la
paciencia de Penélope la que en tiempos de crisis (¿cuáles no lo son?) está
como en su casa.
Tu llegas al
Teatro Luchana, muy bonito por cierto, y no parece que estemos donde estamos,
en el momento que estamos, en el planeta Teatro que habitamos. El decorado que
ofrecen esas salas es el de una ciudad
civilizada que ama su cultura y cuida de ella, en lugar de la Tirana Villa que
tiene a sus cómicos sin comer, la vampira que con una sonda del 21 nos tiene
desangrados. Es esperanzadora esa entrada amable de ambigú con camareros sonrientes y servilletitas
negras en mesas de madera, atestadas hoy de gente, por cierto.
Subes a la sala,
te sientas, empieza la función y empiezas a reírte. Te ríes y te ríes, pobres
de nosotros, del color que la esperanza pone en nuestras vidas, del
enmascaramiento que produce. Los personajes sufren, se destrozan, pero el
público se ríe como si supiera de antemano que todo va a salirles mal, lo sabe
por experiencia, lo sabe con la piel. Los deseos son ridículos, los afanes son
grotescos, las relaciones desastrosas.
Hay, eso sí, una camaradería masculina, que produce compasión por lo errática
que es en sus objetivos.
Y ahora el poema es de Bukovwki: "¿de qué te ríes eh?
¿De qué mierda te ríes?"
Del trabajito,
del chalecito, del cochecito, del viajecito al Caribe, de las tetas de
silicona, de la juventud en conserva, del matrimonio-guerra que no termina, de
la vida anestesiada, de la vida invivible, de nuestra absurda fe en que siempre
tendremos tiempo para viajar, amar, ser…de nuestra creencia en que mueren los
otros pero nosotros no lo haremos, a nosotros no nos tocará. Siempre habrá
tiempo mañana para la dicha, siempre mañana…
Conclusión:
somos idiotas sin remedio, y a cuanto más aspires en esta escalera de sueños
que te propone esa vida, mas plazos tendrás que pagar y definitivamente más
dura será la caída.
O sea, un
espejo espejito puesto delante de nuestras caras, para el que lo quiera ver.
O tal vez
si… tal vez… nuestra realidad gris sea la consecuencia de nuestra paupérrima
forma de soñar…de lo influidos y dirigidos que están nuestros sueños… de lo poco nuestros
que en verdad son… de lo poco que tienen que ver con lo que somos…de lo poco
que sabemos sobre nosotros mismos.
Los actores
estupendos, la historia muy interesante, el teatro de lo más agradable. El
público sale removido y comentando que es un hecho real sacado de las noticias,
que pasó de verdad lo que nos cuenta Yassin Serawan.
Pasó, pasa y
pasará. Nos está pasando.
Soraya García