Me he decidido a intentar
describirlo, este trabajo de Tomaž Pandur, a toro pasado. El ticket de entrada ha caído
del interior del programa de mano cuando lo he alcanzado del corcho de la pared
al que estaba sujeto; se ha introducido tras un mueble y me he esforzado en
sacarlo; conservo todas las entradas de las funciones de teatro a las que he
asistido. No sé cómo descifrar esta señal, si es que lo fuera... No importa,
hago acopio de relativismo y me siento frente al ordenador a reorganizar en mi
mente este asunto del Fausto traído hasta nuestra sociedad informatizada,
conexionada, programada.
Las atmósferas teatrales, los
principios y los finales de espectáculo, siempre me ofrecen credenciales sobre
la calidad artística de los mismos. Desde la entrada a la sala del Teatro Valle
Inclán un leitmotiv musical hipnótico destilaba
esencia de misterio, con su goteo de notas metálicas. “Silencio”, llevaba
por título esta música enigmática, a punto de revelarse como inquietud común
bajo el susurro de las conversaciones previas
al hecho teatral.
En el escenario, la inmensa verticalidad de un muro era ilustrada por
mensajes transcritos de forma instantánea que, de igual modo, desaparecían; por
proyecciones múltiples y cambiantes; reflejos ilusorios de una realidad
envuelta en llamas, ajena a la caverna desde donde contemplábamos inmóviles y
mudos, en espera del acontecer menos cotidiano, el que provoca asombro. Estrechas
grietas de escape, si se curase el olvido, ubicado lo humano en la infernal
tecnología: arquetipos y consignas.
Primero la presencia, apenas advertida, de un ser pensante recluido en sí
mismo; de inmediato la palabra como un torrente que no cesa. Que no cesa.
Hubiera necesitado releer previamente a Goethe, o la versión del texto
utilizada, para asimilar la densidad del pensamiento vertido sin pausa por boca
de los actores. No hice lo primero, ya que lo segundo era imposible; error mío.
Desde la ignorancia, no se puede pretender abarcar lo compilado por el
ejercicio de un sabio. La genialidad de Goethe, su transcendencia, ha de
traducirse de modo indispensable en algo complejo, a no ser que se labore para
agradar con simplezas. El arte no debería dedicarse a eso, a fomentar el estado
catatónico de muchos o facilitar digestiones intelectuales, solamente. El
ejercicio del pensamiento impone una hondura y una amplitud intrínsecas, como
herramienta para la clarividencia. Teatro y filosofía siempre han ido de la
mano; pero esta última disciplina, de indagación conceptual, tiene por
costumbre ir en avanzadilla, va dejando atrás lo expresado, lo plasmado, lo
aparentemente asido; y se inmiscuye, incluso, en el campo de las probabilidades;
de las ecuaciones sin resultado, de la ciencia.
Porque ¿qué es la vida sino eso, una ecuación irresoluta por los siglos
de los siglos? ¿Qué sería del ser humano si conociese de antemano las
respuestas? Tan solo quedaría ceniza, dunas negras donde revolcarse como
penitencia, columnas serpenteantes de aromático incienso para adormecerse en lo
eterno. Esa es la base de todo, el terreno que pisamos, el limbo en el que
flotamos.
Mientras tanto, la representación continuaba. En la perplejidad del trato
con los semejantes, lo grotesco divinizado daba paso al resto de los habitantes
del circo. Mefistófeles emparedado seducía la opacidad de los contornos con un
pacto sangriento.
Pandur iniciaba así el ritual desenfrenado de los sentidos: La promiscuidad
de la esperanza; cuando el amor es una doncella ebria, mancillada por muchos.
La potencia visual del sacrificio compartida compulsivamente, hasta la
saciedad, hasta el vómito. El festejo del dolor como elixir que
transporta, que eleva del vacío. Lamentos
armónicos, ecos sublimes de cada pérdida.
Cayó el muro hasta su vértice más lejano, transformándose en una nave que
surcaba las maravillas del mundo. Fausto triunfante inició el viaje sin retorno.
Es entonces que sobrevino la magnitud de lo estético, cristalizándose, cuando
todo se ha cumplido y ya no hay tiempo.
“Ahora sí puedo decir: ¡detente, instante, eres tan bello!”
Me interesa este director. Iré parapetada de lecturas en una próxima
ocasión, de reflexiones y de experiencias. Será más vieja. Es un compromiso,
MJ Cortés Robles
0 comentarios :
Publicar un comentario