jueves, 27 de noviembre de 2014

LAS CRÓNICAS DE MJ: A LA ATENCIÓN DE CATALINA (Elena Rey en “Petra”, Fassbinder)

Mi querida rubita:

Tuve que salir corriendo a coger el búho porque, como sabes, vivo en la estratosfera. Me hubiera gustado darte un nuevo abrazo con el que devolverte lo adquirido tras la inmersión en esa bola de cristal en la que convertisteis la otra noche La Casa de la Portera. ¿Sabes esos souvenirs que si se invierten y enderezan al instante nos hacen contemplar la ilusión de la nieve cayendo sobre un paisaje, una ciudad, un monumento, un personaje? “Las amargas lágrimas de Petra...”, vimos caer sobre tus ojos desnudos, atentos, perplejos como los de un gato ante un león con cola de ratón. Intuimos la perversión desde tu entrada al salón de los espejos porque somos perversos desde la cuna, por nada más ni menos.

El que no sabe es como el que no ve, pero también está la intuición sagazmente femenina, la desfachatez de la ignorancia que no tiene nada que perder y que lo devoraría todo en su sacrificio, el hambre de sensaciones nuevas, los fogonazos del éxito. ¿Qué podrías tú hacer en ese cruce de caminos? ¿Cómo llegar a la nausea sin probar bocado?
“Será un juego para mí” -pensaste, subida sobre los taconcitos de la inocencia, ceñida por la cintura por esas garras blanquísimas que ya te destrozaban- “Juguemos, pues...” -Te engañabas, tu impulso era afanoso y escurridizo, sibilino.


Ella, sin embargo, Petra, venía de la desolación, de una cama inmensa para la esbeltez de sus sueños, del frenesí de lo mundano cuando te obedece, de la defensa y la rapiña, del agotamiento en la inercia de su talento, de la apariencia inquietante, de lo sórdido pactado, de tantos huecos recónditos resonando en sus entrañas, en su cabeza amueblada con un gusto exquisito. Casi transparente en su ignominia, avanzaba hasta tu boca con su vestido blanco, entre la podredumbre, impecable en su desdicha, vulnerable entre tus piernas. ¡Tanta ansia de ti y tan ajena a sí misma! La elegancia es un valor trasnochado, nadie a su alrededor recurre al tacto en su trato con ella. ¿Por qué motivo se espera que la elegancia cuide de los suyos? Nadie repara en que un vampiro, antes, ha sido presa de murciélagos.

Nacer en un nido de diseño conlleva ciertos vicios, ciertas anomalías en la dependencia de unos con otros, un singular olvido de la soledad intrínseca que no nos abandona. A una le duele lo que le duele y se abre camino hacia su posesión sin dudar ni un ápice sobre el alcance y la garantía, sobre las consecuencias. Si alguien estorba, se le aparta y, si no es posible, la intolerancia hace carrera. ¿Cómo vamos a esforzarnos por calibrar lo del otro sin tenernos en cuenta a nosotros mismos? Damos importancia a lo que nos compete muy directamente, a lo que nos afecta, sin más. Evitamos hundirnos en el lodo de otros deseos, de necesidades ajenas, de sentimientos extraños en nuestros progenitores. Somos hijas y nuestras madres nos pertenecen, que nadie se inmiscuya. Nos da pavor que rehagan su vida, mejor que se marginen de amores ni complicaciones que las distraigan de su labor de proveedoras. Lo demás no importa, su apetito es un capricho, una demencia, algo ilógico, vergonzoso, pasajero...

Hemos sido hijas también, las madres, y madres las abuelas. Colaboramos en el camino que le espera a nuestros vástagos. Generaciones de hembras buscándose entre la niebla, desconectadas entre sí, desligadas de la tierra esencial, de su naturaleza vestal y su cosmología.  Sálvese quien pueda, ¡qué tristeza infinita!, sálvese quien quiera...

PETRA 2 - LA CASA DE LA PORTERA

Luego hay seres anodinos, que disfrutan de la bajeza, sobre todo de la propia; para los que la envidia es el néctar del que nutrirse y la rabia contenida la supuesta abnegación de la que hacen gala. Su silencio emponzoñado, la curvatura de su eficacia, les permiten acercarse a lo que brilla, coleccionar diamantes tan solo para admirarlos, nunca para lucirlos. Criaturas del infierno, contrahechas de espíritu, que fingen fidelidad de por vida, hasta que claudica lo amado. Entonces se asesta el golpe tantas veces meditado, esparciendo los cristales, evitando ya pisarlos o recogerlos. Y se alejan sin volver la vista atrás, buscando otros tesoros. El verdugo está por descubrir. Cada cual destruye lo que tiene a mano, lo que le cabe en el pecho.

Alimañas descarnadas, asestando dentelladas certeras. También en esto hay belleza, en esta obra tremenda: una deslumbrante y estilizada explosión de vísceras asépticas, desprovistas de sangre, inmóviles como esculturas de lo subcutáneo, quistes que se extraen y se conservan en formol. La belleza es efímera siempre y no consuela. También rondó la otra noche entre artistas y espectadores el sentimentalismo confitado de las amistades cobardes y superfluas, la osadía desesperada, el magnetismo voraz del encuentro fortuito, la danza macabra de las caricias contra los duelos, la acidez placentera del deseo consumado, el sufrimiento histérico y fatuo.  

Dejó la mano de agitar el  souvenirs, lo depositamos en el estante adecuado con el empuje de los aplausos. Hasta la próxima función. Recuperó cada cual su realidad, unos corriendo, otros andando, todos conversando. A los que estaban callados se les hacían preguntas. La típica de rigor, que conlleva otras implícitas: “¿Te ha gustado?” Una señora de avanzada edad respondió sin inmutarse: “Así es la vida”

Así pasó, Elena Rey, y el ángel de tu sonrisa estuvo presente. Quería contártelo, contarlo a quien le interese, compartirlo. Corroborar que es un placer ver tus trabajos, que es un orgullo trabajar contigo. Agradecer a todo el elenco y a su directora la veracidad, la valentía.

Hasta muy pronto,
MJ   

María José Cortés Robles


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APARTIR DE LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE PETRA VON KANT DE Rainer W. FASSBINDER

JUEVES y VIERNES 22h en LA CASA DE LA PORTERA

                                                                   

lunes, 24 de noviembre de 2014

LAS CRÓNICAS de MJ: "EL JUEGO DEL AMOR Y DEL AZAR" Marivaux/Flotats



Es imposible aparcar en depende qué zona de Madrid, a las siete de la tarde de un sábado. Resultado: una hora haciendo el carrusel hasta claudicar a favor de un parking público. Mientras espero a mi acompañante y conductor del vehículo, rumio el error, bajo la lluvia, formando parte de la fila india que pretende invadir el Teatro María Guerrero. Entre los paraguas abiertos que chocan, enganchándose en una contienda más bien ridícula; y el recodo que algún proyecto de espectador iluminado ha tenido a bien trazar para la consecución del orden de espera, sin que tenga sentido ninguno seguirlo como lo hacemos habiendo un camino más recto; vamos creando la atmósfera previa adecuada para presenciar una comedia.
Nuestros asientos están bien situados y, por ende, hay un hueco sin ocupar en la fila anterior que nos permite la visión del escenario sin mácula. Es un buen augurio. Sin embargo, la señora sentada a mi izquierda me deja claro, que para estorbo, ella; que tiene intención de castigarme  introduciendo su codo en mis costillas durante el tiempo que dure la función y el coloquio añadido. Otra contienda que se va a librar, si nadie lo remedia, que no seré yo... Que si deslizo el brazo hasta que cede el suyo, que si de aquí no lo muevo... en fin... un entretenimiento añadido, pero con mucho disimulo. Ella se ha traído sus codos y yo la tos; a la que, supongo, los ácaros milenarios del telón y de los asientos alimentan. Para controlar su voracidad (la de la tos, que no de la señora) y la mía, le pido a mi amor un chicle, ya que he olvidado los caramelos de rigor. Sí, el que me acompaña y se sienta a mi derecha es el hombre de mi vida; nada mejor para ver algo de Marivoux, el también llamado poeta del amor.
Salivando un poco más para suavizar mi garganta, no sé si haciendo menos ruido, me concentro en observar la escenografía: dos alturas diferenciadas por la balaustrada y los tramos cortos de escaleras que delimitan el centro del escenario; en los laterales, en primer y segundo término, árboles y setos tridimensionales; jardines pintados en telón de foro. Tonos pasteles, azulados y grisáceos. La impresión es neutra, plácida y también añeja, de otra época.



El tema musical que sirve de leitmotiv al montaje es el que inicia el espectáculo, en boca de uno de los actores que tararea la melodía mientras la apunta cual compositor que estuviera componiéndola. El director va a optar por dejar el sonido que acompaña al texto siempre en un segundo plano, como ambiente, ya sea musical, ya sean trinos de pájaros, ya sean truenos lejanos que amenazan lluvia. La palabra, por lo tanto, cobra desde el inicio todo el brío de la belleza y el humor con los que autor y traductor han sabido revestirlas. Al fondo, un criado recorta el seto cuando irrumpen en escena ama y criada en plena discusión acalorada; escucha el jardinero un poco y abandona.
Desde el comienzo hay disfrute, placer en los actores que ejercen su oficio; gozo en los personajes, que aman la vida y se abandonan a jugarla reinventándola, llevando hasta el límite sus estratagemas; infantiles con sus disfraces; atrevidos tras sus máscaras. Lo que destila el pensamiento de Miravaux, oculto bajo toda esta fanfarria luminosa, es una idea preclara de libre albedrío, de voluntarioso enfrentamiento con el amor y sus misterios, de plena conciencia de nuestra humana condición.
La trama es el equívoco y el público es cómplice de lo certero de los sentimientos que impulsan y generan las alocadas acciones de los protagonistas, aparentemente manejados como marionetas por aquellos que saben lo que ellos ignoran todavía. Una ya imagina el final, pero es grato entretenerse en esas conversaciones que les enredan, espiar sus picardías voluptuosas, reírse con ellos de nosotros mismos y de la vulnerabilidad a la que quedamos expuestos cuando el amor nos acontece. 
Y, por otra parte, ¿quién sabe el instante exacto del enamoramiento y conoce las claves que lo generan? Podría ser cualquier día, cualquier persona, cualquier gesto... Eso es lo maravilloso.
Todo se resuelve y cada cual ocupa su posición, se acabó el juego. Si se han quebrado las reglas, un poco sí se ha sufrido, pero esto añade las especias tan necesarias en un guiso que se ha de degustar una tarde en la que todo estaba tranquilo y, tras varios anuncios tímidos, el cielo o el azar amenazan tormenta, ahora sí, con un rotundo rugido. Oscuro.
Aplausos y saludos reiterados. Se marcha parte del público. Flotats no nos hace esperar demasiado y se adelanta a los actores para iniciar el debate. Nos habla de la figura del autor, de su entorno social y artístico; de su relevancia en la cultura francesa, en la europea, de sus influencias; de lo revolucionario de sus personajes (un padre que permite a su hija que decida sobre su casamiento, una mujer dispuesta a casarse solo si considera adecuado al que le proponen como marido; criados que no dudarían en traspasar las barreras que marcan las clases sociales, si el amor así lo ordena) del preciosismo del lenguaje utilizado por el autor y la dificultad que entraña la traducción a otra lengua; de cómo, efectivamente, el trabajo de traducción ha sido tan adecuado que la obra no ha perdido brillantez ni ritmo; de la fortuna de encontrar actores tan jóvenes, con tanto talento y tan esforzados; de la necesidad de conservar las tradiciones y el poco esfuerzo que se hace en España por parte de las instituciones... Unos cuantos espectadores que permanecen en sala, plantean a los artistas preguntas reiterativas y de contenido insignificante, aunque grandilocuentes, me temo, casi todas dirigidas al director; y tras una hora más de esfuerzo por  parte de los que están sobre el escenario, se da por terminada la conversación, si es que se puede llamar así.
Es una pena que tengamos la oportunidad de intercambiar impresiones, reflexionar con sus artífices sobre lo vivido a través de una obra de arte y que la malgastemos o la desaprovechemos. Y me incluyo. ¿Somos una panda de mirones, sin más? Por lo menos tenemos curiosidad...

Con todos mis respetos.,                                                
María José Cortes Robles

sábado, 15 de noviembre de 2014

LAS CRÓNICAS de MJ: “BOYHOOD” Una película de Richard Linklater



Lo que nos sobra entre compromiso y asunto, programados ambos al milímetro: de improviso, faltan tres horas para la sesión de las cuatro en los Renoir. Afortunadamente debemos comer y este suave otoño en Madrid nos da su beneplácito para un posterior paseo entre los puestos de artesanía, brotados como hongos tras la lluvia, en Plaza de España.

 

La artesanía ya no es lo que era, o quizá lo que se reúne en esta plaza con ese nombre diste mucho de serlo. Me harta mirar las cosas que tienen precio, prefiero alzar la vista hasta la bola del mundo sostenida por los cuatro continentes, navegar unos instantes con las nubecillas que coronan el cielo. ¡Qué maravillosa perspectiva! O darle la espalda a Cervantes, a Rocinante y a la mula (nunca al Quijote, jamás a Sancho), para estampar mi asombro contra el Edificio España (Dicen que lo ha comprado un japonés; ¡por Dios, que no lo convierta en centro comercial!) Tal vez cerrar los ojos y escuchar: el canto de las fuentes horadando los escudos de las naciones que hablan nuestra lengua, el vaivén de las copas de los árboles centenarios, la estridencia de los pájaros... Sentarme en un banco y mirar, ¡el mejor de los deportes! Resistirme, parapetada en esta soledad elegida, a emular a muchos viandantes aprovechando cada segundo, negarme a hacer fotos o consultar mis contactos móviles. Ahora que todo es móvil, lo necesario es parar, la quietud, dejarse atrapar por el momento... Contemplar... (Puntos suspensivos...) Cuando la vida parece suspendida en el vacío y no sabemos nada, y todo se comprende, y guardamos silencio para no mentir, para no disfrazarnos con palabras.

Películas a 2 y 3 euros en los Cines Renoir de Plaza de España

En contraste, tengo que admitir que una hora después, el aire era frío y molesto, y un rictus de impaciencia se dibujaba en mi rostro orientado hacia el cristal de las puertas cerradas del cine, como hipnotizada, como si fuera capaz de abrirlas con tan solo la energía de mis ojos. Faltaba media hora tan solo, estaba la primera en la cola y varias personas me habían preguntado que cuándo abrían... -¡Y yo qué sé!- A menudo me empeño en no aceptar aquello que no está en mi mano cambiar. El estado de ánimo es una montaña rusa, al menos el mío... (Más puntos suspensivos... esta vez de suspense, más bien...) Por fin pude acceder a la sala, calentita y cómoda; sentarme, reconciliarme con la civilización, que nos reconforta y nos bien-enquista. ¡Qué mezquinos e insignificantes somos!

Desde la pequeña pantalla, un niño descansa tumbado en la hierba... Un adulto le saca de sus ensoñaciones... En otro momento le vemos observando de cerca un pájaro muerto, con naturalidad, sin dramatismos. Contempla... Desde los primeros minutos del largometraje (nunca mejor dicho, 165 minutos) el director nos conduce, presos en la mirada de Mason, su personaje protagonista, a lo largo del transcurso de una década en la vida de una familia de clase media americana.



La novedad artística es que el director ha preferido esperar para completar el rodaje, esperar a que los actores crecieran realmente, a que cumpliesen años; esto es lo experimental en la película. ¿Qué aporta? Pues algo muy curioso: veracidad y asombro. Es como cuando nos encontramos con a un jovencito que no veíamos desde que era niño, y está tan cambiado, y hasta la voz le resuena de otro modo en el pecho; pero conserva, sin embargo, un no sé qué inconfundible que nos traslada a su infancia, donde le conocimos...  Su transformación nos produce nostalgia, nos pilla a traición; no estamos entrenados en el advenimiento. Se asemeja este aspecto de la película, a  la grabación del proceso acelerado del crecimiento de una planta, desde el pequeño brote adherido a la tierra que se alza en busca del sol, hasta la flor que se abre dispuesta ya a transformarse en fruto.


En el relato de Linklater, hay fotogramas con sol y otros con lluvia; la risa y el llanto se suceden, como la noche al día; se turnan encuentros y despedidas... El argumento es anecdótico. Sin embargo, los momentos relevantes para Mason, se tornan cruciales también para nosotros, nos identificamos en lo esencial de cada circunstancia, de cada estado, de cada edad, nos reconocemos cómplices de cada una de sus emociones. Y al vislumbrar las experiencias de ficción presenciadas, desde la cima, junto a ese joven que hemos visto trepar hasta ella, ya universitario, casi independiente por fin; pensamos, junto a él, que la vida no es tan dramática, ni tan compleja, ni tan dura; somos nosotros los artífices de nuestra problemática; los prismas incandescentes, los espíritus errantes ávidos de respuestas. Ella, la vida, se basta y se sobra a sí misma. Solo si nos relajamos, si nos concentrarnos un ápice en lo que acontece, es que formamos parte del mundo. No estamos hechos de barro, sino de tiempo.

María José Cortés Robles








jueves, 6 de noviembre de 2014

ILUSTRA UN MES III: BEATRIZ REY



"Ilustra un Mes" de Noviembre se abre paso con un nuevo universo artístico: la fotografía. En este caso de la mano de Beatriz Rey Ortiz de Solórzano, una joven promesa de veinticuatro años nacida en Madrid. Comenzó su carrera en el año 2009 de manera autodidacta como hobby, medio de expresión y escape. Al tiempo, pensó dedicarse profesionalmente a lo que más le gustaba en la vida, incluso participó en la agencia americana Getty Images durante los años 2012-2014, pero finalmente descartó esta idea por el concepto poético de no convertir su pasión en su profesión y guardarlo como refugio sagrado, dejando la fotografía en un rincón más íntimo y personal. 



Una niña caminando entre unas palomas, un beso efímero, un ave alzando el vuelo, una fugaz sonrisa. La idea de exprimir la realidad, en un solo tiro, sin opción a repetir o retocar. En algunas de sus fotografías se ve la inmediatez, la realidad de fijar un instante preciso jugando con la idea del encuentro sin posibilidad de volver a vivir ese momento. Sin duda, la acción de la observación está latente en todas sus obras haciendo saltar una chispa llena de espontaneidad. Una espontaneidad prácticamente digna de la fotografía. En este caso, Beatriz ha actuado casi como la mujer invisible, sigilosa pero atenta, como la narradora en tercera persona de cualquier relato. En la fotografía prima la tensión, el impulso del nerviosismo positivo. 




En otras de sus fotografías no es la inmediatez lo primero que puede venir a la mente del espectador, sino una sensación de naturalidad y belleza, independientemente de que sea un paisaje o un retrato. Sin duda, esa idea de intimidad que persigue nuestra artista se ve reflejada en muchas de sus fotografías haciéndonos partícipes de la escena. La carga sentimental se nota a flor de piel, sobre todo en las fotos de su hermana melliza y musa. 



Los colores son ricos y vibrantes. Parece que en este sentido, ha seguido consciente o inconscientemente, el consejo del fotógrafo Cartier Bresson en el que decía que la fotografías no las encuentras si las buscas, sino que deben ser ellas las que vengan a tí. "Cézanne dijo. Cuando pinto, si empiezo a pensar todo se va al diablo." En estas fotografías se nota el placer por la composición plástica y la sensibilidad que proviene del subconsciente y que no puede explicarse con palabras. 


También parece seguir los consejos de este maestro de la fotografía en los retratos, sobre todo los de su musa. Tanta importancia le daba a la relación con el sujeto, que decía que incluso una mala palabra podría arruinar toda la foto. Conseguir evitar el artificio y que parezca que el retratado ha olvidado que existe una cámara es muy difícil y parece que ella lo consigue sin problemas. Se observa una geometría muy bien formada, pero de manera instintiva. Como debe ser.    
                                             
La luz es la fotografía en sí misma y en la marca Beatriz Rey está captada de una manera inteligente y maravillosa, poética y pictórica, tanto en las fotografías en blanco y negro, como en las de color. Sus estudios de luz abarcan atardeceres, pleno sol o días nublados, pero en todos te sientes atrapado y envuelto en una atmósfera absolutamente natural e íntima. Erótica y amorosa. Pero sobre todo, por encima de todo: BELLA. 



Su fotografía une, crea lazos, desnuda el alma y resalta el amor hacia sus modelos y paisajes. Lo que igual no sabe Beatriz es que también está creando una conexión, unos lazos irrompibles, con el espectador de su obra. 

Victoria Alonso Yanes