Mi querida rubita:
Tuve que salir corriendo a coger el
búho porque, como sabes, vivo en la estratosfera. Me hubiera gustado darte un
nuevo abrazo con el que devolverte lo adquirido tras la inmersión en esa bola
de cristal en la que convertisteis la otra noche La Casa de la Portera. ¿Sabes
esos souvenirs que si se invierten y enderezan al instante nos hacen contemplar
la ilusión de la nieve cayendo sobre un paisaje, una ciudad, un monumento, un
personaje? “Las amargas lágrimas de Petra...”, vimos caer sobre tus ojos
desnudos, atentos, perplejos como los de un gato ante un león con cola de
ratón. Intuimos la perversión desde tu entrada al salón de los espejos porque
somos perversos desde la cuna, por nada más ni menos.
El que no sabe es como el que no ve,
pero también está la intuición sagazmente femenina, la desfachatez de la
ignorancia que no tiene nada que perder y que lo devoraría todo en su
sacrificio, el hambre de sensaciones nuevas, los fogonazos del éxito. ¿Qué
podrías tú hacer en ese cruce de caminos? ¿Cómo llegar a la nausea sin probar
bocado?
“Será un juego para mí” -pensaste,
subida sobre los taconcitos de la inocencia, ceñida por la cintura por esas
garras blanquísimas que ya te destrozaban- “Juguemos, pues...” -Te engañabas,
tu impulso era afanoso y escurridizo, sibilino.
Ella, sin embargo, Petra, venía de la
desolación, de una cama inmensa para la esbeltez de sus sueños, del frenesí de
lo mundano cuando te obedece, de la defensa y la rapiña, del agotamiento en la
inercia de su talento, de la apariencia inquietante, de lo sórdido pactado, de
tantos huecos recónditos resonando en sus entrañas, en su cabeza amueblada con
un gusto exquisito. Casi transparente en su ignominia, avanzaba hasta tu boca
con su vestido blanco, entre la podredumbre, impecable en su desdicha,
vulnerable entre tus piernas. ¡Tanta ansia de ti y tan ajena a sí misma! La
elegancia es un valor trasnochado, nadie a su alrededor recurre al tacto en su
trato con ella. ¿Por qué motivo se espera que la elegancia cuide de los suyos?
Nadie repara en que un vampiro, antes, ha sido presa de murciélagos.
Nacer en un nido de diseño conlleva
ciertos vicios, ciertas anomalías en la dependencia de unos con otros, un
singular olvido de la soledad intrínseca que no nos abandona. A una le duele lo
que le duele y se abre camino hacia su posesión sin dudar ni un ápice sobre el
alcance y la garantía, sobre las consecuencias. Si alguien estorba, se le
aparta y, si no es posible, la intolerancia hace carrera. ¿Cómo vamos a
esforzarnos por calibrar lo del otro sin tenernos en cuenta a nosotros mismos?
Damos importancia a lo que nos compete muy directamente, a lo que nos afecta,
sin más. Evitamos hundirnos en el lodo de otros deseos, de necesidades ajenas, de
sentimientos extraños en nuestros progenitores. Somos hijas y nuestras madres
nos pertenecen, que nadie se inmiscuya. Nos da pavor que rehagan su vida, mejor
que se marginen de amores ni complicaciones que las distraigan de su labor de
proveedoras. Lo demás no importa, su apetito es un capricho, una demencia, algo
ilógico, vergonzoso, pasajero...
Hemos sido hijas también, las madres,
y madres las abuelas. Colaboramos en el camino que le espera a nuestros
vástagos. Generaciones de hembras buscándose entre la niebla, desconectadas
entre sí, desligadas de la tierra esencial, de su naturaleza vestal y su
cosmología. Sálvese quien pueda, ¡qué
tristeza infinita!, sálvese quien quiera...
Luego hay seres anodinos, que
disfrutan de la bajeza, sobre todo de la propia; para los que la envidia es el
néctar del que nutrirse y la rabia contenida la supuesta abnegación de la que
hacen gala. Su silencio emponzoñado, la curvatura de su eficacia, les permiten
acercarse a lo que brilla, coleccionar diamantes tan solo para admirarlos,
nunca para lucirlos. Criaturas del infierno, contrahechas de espíritu, que
fingen fidelidad de por vida, hasta que claudica lo amado. Entonces se asesta
el golpe tantas veces meditado, esparciendo los cristales, evitando ya pisarlos
o recogerlos. Y se alejan sin volver la vista atrás, buscando otros tesoros. El
verdugo está por descubrir. Cada cual destruye lo que tiene a mano, lo que le
cabe en el pecho.
Alimañas descarnadas, asestando
dentelladas certeras. También en esto hay belleza, en esta obra tremenda: una
deslumbrante y estilizada explosión de vísceras asépticas, desprovistas de
sangre, inmóviles como esculturas de lo subcutáneo, quistes que se extraen y se
conservan en formol. La belleza es efímera siempre y no consuela. También rondó
la otra noche entre artistas y espectadores el sentimentalismo confitado de las
amistades cobardes y superfluas, la osadía desesperada, el magnetismo voraz del
encuentro fortuito, la danza macabra de las caricias contra los duelos, la acidez
placentera del deseo consumado, el sufrimiento histérico y fatuo.
Dejó la mano de agitar el souvenirs, lo depositamos en el estante
adecuado con el empuje de los aplausos. Hasta la próxima función. Recuperó cada
cual su realidad, unos corriendo, otros andando, todos conversando. A los que
estaban callados se les hacían preguntas. La típica de rigor, que conlleva
otras implícitas: “¿Te ha gustado?” Una señora de avanzada edad respondió sin
inmutarse: “Así es la vida”
Así pasó, Elena Rey, y el ángel de tu
sonrisa estuvo presente. Quería contártelo, contarlo a quien le interese,
compartirlo. Corroborar que es un placer ver tus trabajos, que es un orgullo
trabajar contigo. Agradecer a todo el elenco y a su directora la veracidad, la
valentía.
Hasta muy pronto,
MJ
María José Cortés Robles
APARTIR DE LAS AMARGAS LÁGRIMAS DE PETRA VON KANT DE Rainer W. FASSBINDER
JUEVES y VIERNES 22h en LA CASA DE LA PORTERA