sábado, 15 de noviembre de 2014

LAS CRÓNICAS de MJ: “BOYHOOD” Una película de Richard Linklater



Lo que nos sobra entre compromiso y asunto, programados ambos al milímetro: de improviso, faltan tres horas para la sesión de las cuatro en los Renoir. Afortunadamente debemos comer y este suave otoño en Madrid nos da su beneplácito para un posterior paseo entre los puestos de artesanía, brotados como hongos tras la lluvia, en Plaza de España.

 

La artesanía ya no es lo que era, o quizá lo que se reúne en esta plaza con ese nombre diste mucho de serlo. Me harta mirar las cosas que tienen precio, prefiero alzar la vista hasta la bola del mundo sostenida por los cuatro continentes, navegar unos instantes con las nubecillas que coronan el cielo. ¡Qué maravillosa perspectiva! O darle la espalda a Cervantes, a Rocinante y a la mula (nunca al Quijote, jamás a Sancho), para estampar mi asombro contra el Edificio España (Dicen que lo ha comprado un japonés; ¡por Dios, que no lo convierta en centro comercial!) Tal vez cerrar los ojos y escuchar: el canto de las fuentes horadando los escudos de las naciones que hablan nuestra lengua, el vaivén de las copas de los árboles centenarios, la estridencia de los pájaros... Sentarme en un banco y mirar, ¡el mejor de los deportes! Resistirme, parapetada en esta soledad elegida, a emular a muchos viandantes aprovechando cada segundo, negarme a hacer fotos o consultar mis contactos móviles. Ahora que todo es móvil, lo necesario es parar, la quietud, dejarse atrapar por el momento... Contemplar... (Puntos suspensivos...) Cuando la vida parece suspendida en el vacío y no sabemos nada, y todo se comprende, y guardamos silencio para no mentir, para no disfrazarnos con palabras.

Películas a 2 y 3 euros en los Cines Renoir de Plaza de España

En contraste, tengo que admitir que una hora después, el aire era frío y molesto, y un rictus de impaciencia se dibujaba en mi rostro orientado hacia el cristal de las puertas cerradas del cine, como hipnotizada, como si fuera capaz de abrirlas con tan solo la energía de mis ojos. Faltaba media hora tan solo, estaba la primera en la cola y varias personas me habían preguntado que cuándo abrían... -¡Y yo qué sé!- A menudo me empeño en no aceptar aquello que no está en mi mano cambiar. El estado de ánimo es una montaña rusa, al menos el mío... (Más puntos suspensivos... esta vez de suspense, más bien...) Por fin pude acceder a la sala, calentita y cómoda; sentarme, reconciliarme con la civilización, que nos reconforta y nos bien-enquista. ¡Qué mezquinos e insignificantes somos!

Desde la pequeña pantalla, un niño descansa tumbado en la hierba... Un adulto le saca de sus ensoñaciones... En otro momento le vemos observando de cerca un pájaro muerto, con naturalidad, sin dramatismos. Contempla... Desde los primeros minutos del largometraje (nunca mejor dicho, 165 minutos) el director nos conduce, presos en la mirada de Mason, su personaje protagonista, a lo largo del transcurso de una década en la vida de una familia de clase media americana.



La novedad artística es que el director ha preferido esperar para completar el rodaje, esperar a que los actores crecieran realmente, a que cumpliesen años; esto es lo experimental en la película. ¿Qué aporta? Pues algo muy curioso: veracidad y asombro. Es como cuando nos encontramos con a un jovencito que no veíamos desde que era niño, y está tan cambiado, y hasta la voz le resuena de otro modo en el pecho; pero conserva, sin embargo, un no sé qué inconfundible que nos traslada a su infancia, donde le conocimos...  Su transformación nos produce nostalgia, nos pilla a traición; no estamos entrenados en el advenimiento. Se asemeja este aspecto de la película, a  la grabación del proceso acelerado del crecimiento de una planta, desde el pequeño brote adherido a la tierra que se alza en busca del sol, hasta la flor que se abre dispuesta ya a transformarse en fruto.


En el relato de Linklater, hay fotogramas con sol y otros con lluvia; la risa y el llanto se suceden, como la noche al día; se turnan encuentros y despedidas... El argumento es anecdótico. Sin embargo, los momentos relevantes para Mason, se tornan cruciales también para nosotros, nos identificamos en lo esencial de cada circunstancia, de cada estado, de cada edad, nos reconocemos cómplices de cada una de sus emociones. Y al vislumbrar las experiencias de ficción presenciadas, desde la cima, junto a ese joven que hemos visto trepar hasta ella, ya universitario, casi independiente por fin; pensamos, junto a él, que la vida no es tan dramática, ni tan compleja, ni tan dura; somos nosotros los artífices de nuestra problemática; los prismas incandescentes, los espíritus errantes ávidos de respuestas. Ella, la vida, se basta y se sobra a sí misma. Solo si nos relajamos, si nos concentrarnos un ápice en lo que acontece, es que formamos parte del mundo. No estamos hechos de barro, sino de tiempo.

María José Cortés Robles








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