La fuerza puede presuponerse una cualidad.
Algunos seres la
poseen en grado extremo.
Todo lo extremo conlleva un desequilibrio.
Si nos asomamos a la psicología de la fortaleza suprema, puede
sobrevenirnos cierto hedor a depredador hastiado, fiera que no mata por hambre
sino por deseo. Por poseer lo deseado, como si fuera posible tal cosa, como si
la posesión de otro ser no fuera una quimera destructiva.
Las correas que controlan los accesos resultan insuficientes
al que le late la fiera en las entrañas. De nada sirve lo razonable cuando se merodea
por pensamientos devastados por el incendio de los celos, cuando la imaginación
calenturienta no solo adivina sino que adelanta acontecimientos y se predispone
a impedirlos, cueste lo que cueste, caiga quien caiga. No importa qué motivos
se enarbolen, nada justifica el ir contra natura.
Los actores, además, somos una casta aparte. Nuestra naturaleza
de creadores nos predispone al amor y, al mismo tiempo, algo extraño a nosotros
nos empuja hacia lo oculto. Se trata entonces de actitud: empeñarse en vivir o
empeñarse en morir. Luego queda la opción de matar como resistencia ante la
vida: la ley del más fuerte. O también la de enfrentarse a la vida sin escudo:
apuesta del sensible.
Vivir es una ecuación peligrosa. Dependiendo del reparto de
las incógnitas, puedes formar parte del planteamiento o del resultado. La
Señora X, desde luego, resulta ser la que pone el punto sobre la i, incluso el
punto y final. Todo ello a costa de su sosiego y de la infelicidad de más de
uno. Porque, no nos engañemos, por mucho que se fuerce a alguien a permanecer
al pie de nuestra existencia como a un perro, el pensamiento es libre, la
imaginación vuela y se escapa de los controles más severos. El corazón se
acelera o se para cuando le place. Nadie nos pertenece, es imposible. Ni
siquiera nos pertenecemos a nosotros mismos. Cuántas veces hemos dicho eso de
“no soy dueña de mí”. Así le pasa a X, sin que eso le sirva para justificarse.
En su afán por conservar el marido, ha ido transformándose en una copia de su
amante, se ha perdido a sí misma. Ella cree fagotizar a la Señora Y, hacerla
desaparecer. Pero la risa espontánea y las lágrimas cálidas de Y, bien valen
todo lo por ella vivido; su pasión sofocada, que no extinguida. Donde hay
rescoldos hubo fuego, eso dicen. Sin embargo, X se perderá como el humo, sin
dejar rastro. Ella argumenta lo contrario, juega al despiste, convence, pero
sabe en su fuero interno de su falsedad.
“La más fuerte”, esta pequeña obra maestra de Strindberg ha
sido estrenada recientemente en la sala de La Infinito, dirigida por Sara Núñez
de Arenas. Subyace en este montaje un regusto misógino extraído de la paranoia
del autor del texto, de sus obsesiones, que arrojan una luz aterradora sobre
aspectos psicológicos del alma femenina, con la erótica como núcleo escondido y
palpitante. En la obra, la batalla parece lidiarse entre las dos mujeres tan
solo por la imposibilidad de ser conscientes de su centro vital, de su amor
propio. Todo gira en torno al eje masculino, el motor que las mueve. Queda así
convertida la mujer en apéndice prescindible para el hombre, inmersa en proceso
constante de selección como objeto de consumo. Muñeca rota también la esposa,
tanto como la amante.
Mucho nos resta que recorrer hasta borrar de la sociedad la
lacra que supone el sentimiento de inferioridad y la falta de autoestima que
abre la veda para que seamos utilizados, vejados, vendidos, explotados. Porque,
no nos engañemos, está en nuestra mano cambiar las cosas. Sigue proliferando,
extendiéndose hasta las nuevas generaciones, esa actitud sumisa y dependiente
que genera en muchos casos el maltrato. “Carne de cañón”. Es tremendo el modo
en que podemos faltarnos al respeto unos a otros por conseguir unas migajas de
amor, o de supuesto amor, o de admiración o veneración. Como si la vida tuviese
algo que ver con eso, como si nuestra supervivencia estuviera predestinada de
antemano a la convivencia con un ser determinado y la rutina no supusiese la
muerte de lo sagrado en el ser humano, y no fuese la existencia caleidoscopio
cambiante y mágico. Si el hombre tiene apetencias diversas, también la mujer.
El ser humano las tiene, sin distinción. La libertad del amor consiste en tomar
decisiones ante la novedad y lo añejo. Y toda relación amorosa ha de basarse en
el respeto mutuo. No digo nada nuevo, pero viene a colación con lo presenciado
la otra noche en La Infinito.
Con una puesta en escena cuidada en los detalles, esencial a
la par que elegante, daba comienzo la obra. La Señora Y recibía al público
entonando una canción sobre un poema de Blake y realizando un juego de sombras
con sus manos. La atmósfera creada era infantil, imagen de una supuesta
inocencia, del pájaro cantor que sobrevuela el peligro, ajeno a la puntería de
los captores. Se recreaba la actriz, Macarena Regueiro, en la belleza del
instante, nos hipnotizaba con su voz y su semblante.
Buscando en la penumbra como un ave carroñera aparecía la
Señora X, interpretada por Pilar Baeza Mora. Nos situaba así la directora en la
perspectiva correcta: La Señora X, como una obsesa, buscaba “Amelias” por doquier. Cualquier
mujer de entre el público podría ser un proyecto de Amelia, tan solo con
permitirse ambicionar las pertenencias de X, incluido el marido. ¡Qué vacío tan
inmenso cosecha ese terror a la pérdida! Para llenar el vacío, un aluvión de
palabras se iba desenredando como de una oscura madeja desde la boca de X, ya
sobre el escenario. La Señora X se transformaba
ante nuestros ojos de amiga solícita en consejera y, de esto, en bruja. Hubo un
magnífico momento, que no voy a desvelar aquí, expresionista y onírico, en el
que X se adelantó para desvelarnos su verdadero rostro.
Se trata, por tanto, esta propuesta de dirección de Sara
Núñez de Arenas, de uno de esos juguetes antiguos con automatismo propio que
mantienen al espectador alerta y ávido de reiteraciones. En la contemplación
del artificio teatral obsequiado, el público que observa creyéndose ajeno a la
trama, se reconoce y se extraña al tiempo de sí mismo. Acabada la función, se
espera por si hay un añadido, se resiste a moverse, adicto a la propuesta. Todo
lo aquí escrito es el jugo extraído de este acto ético presenciado y de mis
sobrecogidas reflexiones posteriores, preñadas y en busca de sentido.
MARÍA JOSÉ CORTÉS ROBLES
MJ
"La más fuerte" de August Strindberg, continúa en noviembre: jueves 20.30 y sábados 21.00 en La Infinito.
Reserva tus entradas en lainfinito@lainfinito.es o en el
687 90 75 60
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