martes, 22 de marzo de 2016

ENTREVISTA a JORGE KENT por Sara Núñez de Arenas




El domingo pasado Jorge Kent se despedía del Teatro de la Comedia, donde éstos últimos meses ha participado en el montaje de Hamlet de Miguel del Arco en el papel de Horacio (entre otros). Hoy nos acercamos a él para conocer más de esta experiencia y de su trayectoria como actor.

Después de tu trabajo en Hamlet, ¿Qué personaje tienes ganas de hacer ahora?

Nunca me suelo plantear que personaje quiero hacer antes de que me lo den. Hay proyectos, autores, directores en los que me gustaría estar, hacer o trabajar, aunque realmente ahora mismo me encuentro en un proyecto de ensueño, por su magnitud, el equipo con el que estoy, la compañía que es y la dirección que tiene. Me gustaría poder seguir en este proyecto el máximo tiempo posible y porque no, encadenarlo con otro del mismo equipo.

¿Siempre tuviste clara tu vocación?

Nunca he sido buen estudiante ni he tenido claro que quería ser. Con diecisiete años comencé con una compañía amateur de teatro gracias a un amigo y descubrí una pasión por el escenario y la interpretación. A los veinte me fui a Irlanda, mi país materno, en busca de trabajo para el verano y me quedé allí cuatro años pudiendo hacer un módulo de gestión y producción teatral. Como a mi lo que me gustaba era la interpretación lo combiné con diferentes cursos en el Gaeity Theatre y al volver a España, para ejercer la objeción de conciencia, encontré en Albacete, mi ciudad natal, trabajo como actor en la compañía Cachivaches Teatro y desde entonces hasta hoy…



Llevas años encadenando proyectos teatrales de gran envergadura como El Laberinto Mágico, CDN, Montenegro, CDN o ahora el Hamlet de Miguel del Arco. ¿Cómo se logra llegar a trabajar a tan alto nivel y de forma tan regular? ¿Qué le dirías a otros actores que deseen llegar a desarrollar así su profesión?

Para mi es muy difícil aconsejar a alguien sobre esta profesión, pues yo mismo sigo investigando sobre la supervivencia en ella.
En junio de 2013 hice la prueba con Ernesto Caballero para Montenegro y me cogieron. En Octubre de ese año me vine a Madrid para comenzar el proyecto y “probar suerte” en la capital. A los tres días de comenzar los ensayos me rompí el tendón de Aquiles y tuve 6 meses de baja perdiéndome el montaje en el Teatro Valle-Inclan. Durante esos meses me planteé toda mi carrera y mi vida, pensando incluso en dejarlo. En una de mis visitas a Madrid, muletas incluidas, mi amiga Raquel Camacho me ofreció una sustitución en un montaje suyo para una sala aquí en Madrid y no lo dudé. Después me llamaron para la gira de Montenegro y desde entonces han ido llegando y sucediéndose los proyectos permitiéndome quedarme e instalarme aquí en Madrid.

¿Has tenido "vacíos" en tu trayectoria como actor? ¿Dudas?

Como he dicho antes el mayor vacío que he tenido en mi carrera fue cuando me rompí el tendón de Aquiles. 
Siempre se tienen, sabemos que es una carrera de largo recorrido lleno de baches, pero esos son los que te hacen fuerte. Es una vida muy inestable, pero llena de momentos inolvidables y experiencias extraordinarias profesionalmente y a nivel personal.

No es la primera vez que haces Shakespeare, en 1999 hiciste Noche de Reyes. ¿Qué ha cambiado desde aquel montaje al Hamlet de hoy en tu manera de entender al dramaturgo?

Todo. Ese fue el primer montaje que hice cuando vine a España, mis conocimientos escénicos y sobre Shakespeare eran bastante limitados, me dedicaba a aprenderme el texto y a decirlo correctamente y alto. Con eso ya tenía bastante. Ahora llevo más años sobre los escenarios y he leído y estudiado más al autor, me gusta pensar que algo ha cambiado.




¿Qué aspectos destacarías del trabajo con Miguel del Arco?

Mucho… Todo. Para mi trabajar con el ha sido una experiencia increíble. Estoy muy emocionado. Es una persona increíble, un apasionado del teatro y de sus procesos. Sabe rodearse de un equipo humano increíble y transmitir su pasión a todo y todos para que sintamos nosotros la misma pasión.
Para mi la actitud en los montajes es fundamental. El resultado suele ser un fiel reflejo del proceso, y este ha sido excepcional.

¿Qué aspectos destacarías de su idea de Hamlet y su montaje?

La claridad de la historia, de los textos. Lo actual de su propuesta. Como se han articulado todos los factores escénicos para crear los ambientes y las imágenes del espectáculo. A todo el equipo artístico y técnico. A Israel Elejalde. A Ana Wagener, Ángela Cremonte, Cristóbal Suárez, Jose Luis Martínez, Daniel Freire

¿De qué manera has encarado el trabajo en un personaje como Horacio?

Horacio parte desde la escucha principalmente. Es ese amigo que esta cerca para lo bueno y lo malo, incluso cuando no esta sabemos que podemos contar con el. Todos tenemos ese tipo de amistad en nuestra vida y lo somos para alguien. Ese es Horacio. El amigo fiel.

¿Qué has aprendido de tus personajes en Hamlet?

He aprendido al entrar en este equipo, todos mis compañeros de reparto son increíbles profesionales que me han ayudado y dado muchísimo en escena. El resultado de mis personajes es gran parte gracias a ellos.

¿Qué relación tienes con los textos clásicos? ¿Deben adaptarse? ¿Hacerse contemporáneos?

La misma definición de la palabra clásico nos contesta a esto. Nos dice que es una manifestación artística digna de imitación. Imitar algo en estos tiempos es hacerlo acorde a nuestros tiempos.



¿Qué opinión te merece la situación de las artes escénicas en nuestro país en este momento?

¿Cuanto nos podemos extender en esta pregunta?…. Tenemos para largo. Estamos pasando un momento bastante malo, creativamente muy productivo pero profesionalmente bastante desprotegidos. Hace poco me comentaban que se han presentado mas de 4400 proyectos a Madrid activa… ¿como? Me parece una muestra clara de lo que esta sucediendo actualmente, nos sobran las ideas y nos faltan los recursos.

Cyrano de Bergerac, Goya...ahora Shakespeare A lo largo de tu carrera has interpretado a grandes figuras históricas y literarias. ¿Crees que el peso de la Historia, o de la Historia de la Literatura (con mayúsculas) ha condicionado tu labor a la hora de abordar estos personajes? ¿Cómo te sientes al encarnar personajes conocidos por la mayoría de los espectadores?

Los personajes históricos en su creación no son muy distintos de cualquier otro, lo único es que su vida y antecedentes los tenemos muy claros, pero el resto es muy similar. Los personajes que yo creo pasan todos por el filtro de Jorge Kent, sean históricos o no, todos tiene que conformarse y soportarme como interlocutor de sus historias.



¿Quienes son tus maestros? ¿A quién admiras, y por qué?

Siempre me ha gustado aprender de todos aquellos compañeros y profesionales con los que me he cruzado en mi carrera, todo el mundo tiene algo que aportarte para seguir creciendo.  Y siempre me han gustado Peter Sellers, Jack Nicholson, Woody Allen en todas sus facetas….

¿Cuando empezaste a llamarte a ti mismo "actor"?

Llamarme actor lo he hecho siempre, pues me siento orgulloso de poder hacerlo y es lo que soy, a lo que me dedico. Eso no quita que me quede muchoooooo por aprender y que ojalá y pueda yo decir como titulaba Goya a uno de sus grabados cuando tenía ochenta años y se encontraba exiliado en Burdeos: “Aun aprendo”.



Dice Oscar Wilde: "A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante". 
¿Cuáles son los "instantes" de la vida artística de Jorge Kent?

Si me nombras a Oscar… También decía “Se tu mismo. Los demás papeles están todos cogidos”

Mi vida artística esta muy ligada a mi vida personal, les gusta ir de la mano…
Una de las cosas mas bonitas de esta profesión y una de las razones por lo que me dedico a esto es porque te llena cada día de instantes increíbles dentro y fuera del escenario.  

Y finalmente lo que quieras decir en este espacio de El Blog de La Conocida. ¡Eres libre!

Pues me gustaría aprovechar para hacer un llamamiento de ayuda al pueblo sirio. Las políticas Europeas me parecen vergonzosas y una falta de respeto hacia los derechos humanos. En estos momentos duele llamarse europeo y espero que no se firme el tratado con Turquía. Ningún ser humano es ilegal.

martes, 1 de marzo de 2016

Las Crónicas de MJ: HAMLET de Miguel del Arco


¿A qué vamos al teatro? ¿Qué esperamos del trabajo artístico que se expone? ¿Con qué objeto aventurarse a representar aquellos iconos sagrados e irrepresentables? ¿Hasta qué punto hemos cosechado una serie de prejuicios con respecto a lo que debería ser la representación de obras tan magníficas como “Hamlet” o autores tan geniales como Shakespeare? ¿Es lícito repetir como un loro lo similar en cuanto a puesta en escena y encarnación de personajes? ¿Hay límites para la reinterpretación, o es más provechoso lanzarse hacia donde la intuición nos guía, hijos de nuestro tiempo ya, para hacer nuestro lo que nos contiene y nos trasciende?



Miguel del Arco es un “Kamikaze”. No le pidáis medias tintas, no sabría hacerlo. Su mente consume y genera pensamientos a una velocidad de vértigo. Así se comprende, al escucharle hablar del proceso de creación, de las fuentes en las que ha bebido antes de seguir sus impulsos y tomar sus decisiones. Expertos y filósofos, de Harold Bloom a Montaigne o Nietzsche. Lo necesario para acercarse lo más posible al pensamiento de Shakespeare, a la idea de la totalidad de la obra elegida. E, inmediatamente después, la perspectiva contemporánea, la suya, la exclusiva de Miguel del Arco, versionando incluso el texto. Esto es arriesgado y auténtico.

El arte teatral debe ser una herramienta para despertar conciencias, y no otra cosa. Incluso sacrificando a la Ofelia de las florecillas y la mirada perdida. En las propuestas artísticas de Miguel del Arco parece primar la dimensión esencial del ser humano, pero también la social o la política, pese a su predisposición a lo sensible. De lo que sí huye, creo yo, es de la sensiblería y lo mojigato, de recoger lo muerto para resucitarlo tan solo por emocionar. Elige hacernos pensar, aunque no renuncie a emocionarnos. Y yo se lo agradezco.

Prefiere hacer suyas las criaturas imaginadas por el autor y generar sus propios mundos paralelos, sin miedo al rechazo fruto de la incomprensión. Busca otro ángulo en el que también nos identifiquemos, otra perspectiva, que investiguemos con él para encontrar algo nuevo, si cabe.
Pero Miguel del Arco es solo la cabeza visible del equipo de “Kamikazes”. Siendo testigo de un ensayo técnico, pude comprobar hasta qué punto y con qué exactitud los actores se implican también en cuestiones, por ejemplo, de arquitectura escénica, siendo ellos mismos los que se encargan de trasladar o manipular elementos de la escenografía durante la función, trasformando el espacio escénico en lo que dura un suspiro. Un elenco tan cohesionado que funciona como una entidad única, al servicio de lo que en cada momento demanda la puesta en escena de la obra. Igualmente el equipo artístico que el equipo técnico, según declaraciones del propio director.




Este montaje de “Hamlet” es obra de ingeniería, un mecanismo perfecto que genera un ritmo y un tempo que nos atrapa, nos vapulea, nos va soltando poco a poco y nos deposita en la orilla de nuestra vida, de nuevo. La arquitectura de esa trampa de la realidad construida sobre el lugar de los sueños y las pesadillas, la ratonera del tiempo inexorable, el que nos corresponde, el que se agota. Y como colofón, la llanura de la tierra y el precipicio de la tumba.
Si nos sobreponemos a los terrores y a las penas, sobrevendrá lo reflexivo, podremos morir dignamente, parece querer decirnos del Arco por boca de Hamlet. Es preferible morirse uno a que le den muerte violenta tras haber matado. Pero ¿quién elige su destino?

Sea cual sea la circunstancia adversa y nuestro estado vital, permanece siempre algo en nosotros que nos conecta a lo esencial, hijos de la naturaleza que nos circunda, que nos contiene y nos ignora. La vida regenerándose hasta el infinito, siendo el ser humano prescindible. El director, a través de imágenes proyectadas, nos envuelve en atmósferas externas que nos conectan directamente con sensaciones. Las de Hamlet, perdido en lo ilimitado de su intelecto herido, del temblor de su mente prodigiosa, que necesitaría inventar una realidad paralela para lograr soportar el dolor por la muerte de su padre, para tolerar de algún modo la obscenidad que le supone que el mundo siga girando y no se desvíe un ápice de su órbita precisa, que se sigan sucediendo los días y las noches, que cambien las estaciones, que tras cesar la lluvia llegue la nieve.



Lo sensorial en el montaje contrasta de tal modo con las acciones de los personajes, que eleva lo que acaece en pos de lo sublime. Los fuegos, que no pueden ser más que artificiales en el recuerdo de esa boda entre la viuda y el asesino. Y los matorrales de espino que se entrelazan y crecen, cercando Elsinor. Nos resulta hermoso contemplar a Ofelia lamentarse de la locura de Hamlet bañada en una lluvia de luciérnagas o estrellas. O sumergir nuestra retina en la superficie de un agua que nos perturba dulcemente, mientras la Reina describe la muerte de Ofelia.

También la música juega, tanto en la cadencia del texto pronunciado como en las armonías propias del espacio sonoro externo que lo acompañan. Y, mientras la función respira, nos trasportamos a la infancia escuchando la canción que tararean actores  que hacen de actores, preparándose para el juego dentro del  juego. Y la coexistencia de un violín contra música vulgar de nuestros tiempos.
Todo ello para mayor gloria del Príncipe, resucitado en la calle Príncipe, sobre un escenario que resuena y reverbera como ninguno, el Teatro de la Comedia. El Príncipe Hamlet fingiendo no ser el único real entre tanta máscara, también las nuestras, “espectadores pálidos y mudos” que le miramos. Le vemos sufrir, dudar, pensar. El ser o no ser del Príncipe, tan hondamente encarnado en ese físico imponente y extraño de Israel Elejalde, mutante a nivel de alma camaleónica, proyectado hasta nuestra penumbra palpitante como una flecha imposible de evadir. Fui traspasada multitud de veces por el agudo ingenio ¿del actor o del Príncipe? ¡A quién le importa! Fui traspasada, eso baste. Me estremecí, me emocioné, quedé perpleja como una interrogación recurrente que no se contenta de serlo.




Y no es que los demás seres de Elsinor no mantuvieran su propia idiosincrasia, es que todos ellos fueron, la otra tarde, instrumentos precisos para encumbrar el intelecto privilegiado de Hamlet. Hay más momentos exclusivos, sin embargo. Los actores deslizándose como reptiles de entre los mantos de los reyes, ironía digna del propio rey de los ingenios. Es destacable igualmente el tratamiento de la escena en la que el rey usurpador pretende mitigar su culpa rezando. Se asemeja aquí el monarca a un sacerdote tras el púlpito, con una enorme cruz luminosa cubriéndole las espaldas, o más bien acechándole. Ya Shakespeare se preocupó de que Gertrudis  tuviera la oportunidad de lavar su culpa con un llanto amargo; ahora Miguel del Arco consigue que la cama donde ha sido subyugada por el placer, sobre la cual su hijo la enfrenta a sus miserias, sea engullida por el tiempo y se trasforme en tumba. Maravilloso efecto. ¡Y qué decir de la pelea de esgrima impecable y de los actores que la ejecutan! O de cómo varios actores se diversifican en distintos personajes sin romper la convención teatral en absoluto, muy al contrario.




Sumemos también el sacrificio de Ofelia. Se nos presenta una mujer de nuestro tiempo en la corte de Elsinor. Inteligente, alegre, vitalista. Un amor puro el suyo, intenso, entregado. Amante comprometida que intenta advertir y salvar a su amado. Un ser de luz que se ve arrastrado por lo circunstancial y lo prodigioso, mitad por mitad, quedando desubicado entre las sombras que lo oscurecen todo. Lo previo a su locura, me impulsaba a enamorarme aún más del mito reencarnado. Pero su enajenación me resultó ajena a mi concepto del personaje. No comprendí su salida de tono, quedé ofuscada al verla con su vestimenta estrafalaria, cantando poemas como si se tratase de vulgaridades de rabiosa actualidad. Me produjo rechazo, no conmiseración. Aún estoy en shock. A eso me refería en una de las cuestiones del encabezamiento de esta crónica: tenemos prejuicios. Hay que dejarse sacudir y olvidarlos. Hay que atreverse a escuchar a los que piensan por sí mismos. Hay que liberar el pensamiento. Dudemos, señores, dudemos… No seamos tampoco frente a los que alcanzan la cumbre como Polonio, aduladores que dicen ver en las nubes las formas que sean precisas solo por dar la razón al que está por encima de nosotros. Hay tanto de eso, estamos rodeados. Y, tristemente, nos contaminamos. Hagamos un esfuerzo, tengamos criterio propio, aunque esté equivocado.




 Tal vez lo que realmente nos produce la locura no fingida sea precisamente ese desapego del loco, ese rechazo. Esto lo pienso ahora, aunque no estoy segura. Para mí, se desvirtúa lo esencial en Ofelia. No  me parece que haya que utilizar una perspectiva tan en relieve, porque creo que lo que se consigue así es que la sensibilidad del público se desconecte de la empatía con el personaje. En todo caso se divierte al verle, cuando es trágico lo que le ocurre. Es cierto que la locura tiene algo de eso también, que uno no sabe si reír o llorar al contemplarla. Y que el resto de los personajes en escena mantenía el tono de tragedia. También es verdad que esa forma de ver a Ofelia interesa a los espectadores más jóvenes, doy fe. Aún no tengo conclusiones. Estoy pensando en ello y en lo que Shakespeare quiso decirnos al respecto, eso es lo importante.

Claro que, he sido una privilegiada, ya que he podido iniciar mi senda reflexiva directamente de la mano de Miguel del Arco. Tuvo a bien desentrañar sus motivos artísticos la otra tarde, tras comprobar mi perplejidad en este asunto de Ofelia. Nos reunimos con él por segunda vez los participantes de “Buscando a Hamlet”, actividad cultural de “Escuela Errante” que promueve la revista digital “Fronterad”. Fue un placer y un privilegio charlar con él, como digo. No le pierdo de vista, a Miguel del Arco. Continuaremos siguiendo estelas, buscando y, sobre todo, dudando. Es decir, pensando.

                                                                          MARÍA JOSÉ CORTÉS ROBLES



viernes, 12 de febrero de 2016

Las Crónicas de MJ: LA RESPIRACIÓN de Alfredo Sanzol



Respirar. Suponemos que, al sernos imprescindible, es un ejercicio habitual, que controlamos. Se nos corta la respiración, sin embargo, aunque no muy a menudo. Se acelera ante un peligro. Lo más peligroso sería dejar de respirar, pero ¿quién se atreve? ¿Quién es capaz de darle un uso divergente a un sacacorchos, por ejemplo? Sacarnos la vida, descorchar nuestro dolor para que pierda efervescencia y deje de macerarnos el estómago, plagado ya de mariposas muertas. Cuando el amor ha dejado de revolotear en la entraña, ¿a dónde se dirige? Y cuando de un cañonazo se han hecho añicos las aladas promesas, ¿cómo recomponer pedazo a pedazo lo que permitía el movimiento de la brisa en nuestras emociones? Excepcionalmente, lo estancado florece, ¿será la orquídea una flor muerta? No siempre lo bello es vivo. Pero para apreciar la belleza necesitamos la vida, estar vivos, cuanto más vivos más sensibles. Respirar.



Fotografía: Javier Naval
Si nos ponemos trágicos, el sacacorchos se convertirá en arma homicida que atente contra nosotros mismos. Pero si apreciamos nuestro reflejo en lo que importa, si nos observamos como si se tratase el remirarnos de un experimento singular que pone a prueba nuestras limitaciones, si tomamos perspectiva, si nos distanciamos, podremos descorcharnos y sorprendernos en pleno ataque de risa.
Pero, claro, para eso es imprescindible imaginarse uno mismo viviendo la propia vida, incluso imaginar una posible vida paralela que nos soporte y nos contenga, en la que respirar sea solo un juego feliz y mágico, la resolución de todas nuestras pesquisas de amor. ¿Por qué el amor ha de ser exclusivo y excluyente? O mejor, ¿cómo conseguir esa falacia de la exclusividad y el para siempre? ¿Y qué nos aportaría, de conseguirse? ¿Paz? ¿Tranquilidad? ¿Comodidad? Estancamiento.




Solemos parapetarnos tras lo conocido, pese a su efecto en nosotros. La valoración del porvenir en lides amorosas, está devaluada. En todo caso tomamos un sucedáneo que calme nuestro apetito o nuestra fiebre, y aguantamos. ¿Será un problema de pereza o de tiempo? Porque ya no me vale la cuestión ética. Hacer daño es permanecer sin sentido junto a alguien, no despedirse por hambre de horizontes. Luego están la ternura, el respeto, las formas. Valores asequibles para el desenamorado que, pese a todo, aún quiere cuidar de las formas.

¿Amar es depender y exigir dependencia? ¿Somos capaces de entregarnos de veras? ¿Queremos lo mejor para el otro o para nosotros mismos? ¿Es querer o es amar? ¿Físico o espiritual?
Habrá que considerar las relaciones como un pacto. Nada más. “Si la cosa funciona”, que decía aquel… Pero ¿quién se traga ya el cuento de que la felicidad es vivir en pareja, que existe el príncipe azul o la princesa de los labios de fresa, que nuestra media naranja está por esos mundos desgajada y expectante? Que no, que hay que crecer, Nagore, aunque duela. Deberíamos considerar cada ruptura como una oportunidad que nos brinda la vida. A ambas partes, el que abandona y el que se queda perplejo y con la boca abierta. Dejarnos de orgullos heridos y de bajas autoestimas. Estimar sobre todo la experiencia compartida, conservar y salvar lo que quede del amor entrambos, si lo hubo, porque todo se transforma. La vida es cambio continuado, cada instante es distinto. ¡Qué afán por prolongar lo imposible! Solo el instante es eterno. Y dura eso, un instante. ¡Pero qué belleza, en su conjunto, nuestra vida entera tachonada de instantes precisos y preciosos como estrellas en el firmamento!



Perdona, Alfredo, me desvío del tema. Pretendo escribir una crónica de vuestro trabajo artístico, una alabanza de ese texto tuyo de “La Respiración”, tan beneficioso para el que se deleita en contemplarlo, en escucharlo, en reírlo, en respirarlo. ¡Y qué bendición y qué acierto la música! ¡Qué genialidad la comparación de la armonía musical con nuestras posibles sinergias! Era necesario romper la cuarta pared y lo hicisteis. Era imprescindible un grado alto de locura y desenfado, y no os dolieron prendas. Era fundamental romper las distancias, que se encarnasen los actores en nuestro devenir cotidiano y nuestras miserias. Y nos enamoramos de todos y cada uno de los personajes, empezando por Nagore y terminando por su madre, se parezca o no a la nuestra. Sin excepción alguna. Cuando se rompió la magia, cuando la ilusión se esfumó, cuando despertamos todos y regresamos al mundo; nos quedó sin duda un poso de tristeza bajo la amplia sonrisa del que comprende y acepta.
Así fue. Me mezclé la otra tarde entre los espectadores de Teatro Abadía, más escéptica que otra cosa. No era yo presa fácil, no crean, dadas mis circunstancias, precisamente ahora cuando tanto sé del tema que se trata. Que me haga reír y llorar la función, en varias ocasiones al mismo tiempo; que me duela y me empuje a la alegría verme reflejada en Nagore, no es casualidad, sino mérito de todo el equipo de artistas, del director y dramaturgo, de la totalidad del elenco. Salí bañada en lágrimas y cantando. La respiración más suave y profunda. Os doy las gracias.
No solo es aconsejable la función, sino terapéutica y lúcida. Compruébenlo.

María José Cortés Robles