Amo los procesos. El arte, en especial el dramático, es sobre
todo eso: la prueba viva de un proceso. No hay nada absoluto, de ahí que un
resultado artístico sea tan solo un punto de inflexión en una búsqueda que
tiende al infinito. Si no va cargado de infinitud, no es arte.
El artista suele crear en soledad, aunque a menudo baje al
mundo. Pero el arte dramático es una disciplina colectiva, ya como concepto.
Dionisos solía emborracharse en compañía.
Es destacable, sin embargo, la actitud generosa de estos tres
directores (Sanzol, Lima y Del Arco), pilares en los que se asienta el
interesantísimo proyecto “Teatro de la Ciudad”; que, sacrificando el temor a
quedar expuestos a opiniones y críticas desde el inicio de los ensayos, se
arriesgan a compartir y a ser influenciados por fuentes diversas, para después
llevar a cabo sus propuestas de forma más autónoma hasta acabar
representándolas al unísono en un mismo espacio escénico del Teatro Abadía.
Me considero afortunada, pues se me ha hecho partícipe, a mí
y a tantos, de esos talleres previos de investigación en los que se ha puesto a
prueba lo eterno. No he catado aún “Entusiasmo”, la guinda en el pastel, pero
no tardaré en hacerlo. Tras esta amenaza suculenta, vamos a lo que hoy me ocupa: mi crónica de “Medea”
Al ser humano hay que explicarle la realidad y convencerle de
que pertenece a ella. La naturaleza mágica de la existencia, la sublevación de
sus elementos, genera el rito.
Una invocación es cosa seria. He de confesarlo: no pude abrir
la boca, el día en que se nos animaba a participar desde nuestros asientos
pronunciando el nombre de la diosa, en los talleres de Teatro de la Ciudad.
Creo que fui la única “oyente”, en esos momentos. El sonido de tantas voces, reunidas
también en un coro de jóvenes, o en el
grupo de actrices convocadas para
improvisar atmósferas; todo ello, aún me retumba dentro.
“Dentro”… Hermosa palabra, con eco que se difunde.
Porque a todo interior, lo externo lo circunda. Aitana es actriz de recovecos
ignotos, digna hechicera de espacios exentos de límites. Si ella me hubiera
pedido invocarla, durante la función, la otra tarde, lo hubiera hecho; a la
diosa o a ella misma.
Andrés Lima parece haber concebido “Medea” como acto poético,
no como espectáculo. Asistimos, conmocionados, a la metamorfosis de Aitana en
Medea. Lo que indagamos, lo que nos interesa, es lo que pasa dentro de Aitana;
ya que todo lo externo, incluso el resto del reparto, el público mismo, está a
su disposición, no solo la contempla. El mismo director narra su historia, la
de Medea; y es su Jasón y su Creonte. De
rodillas, perra sumisa; con los ojos en blanco, inyectados de vaticinios
atroces; presa de convulsiones, contagiada de los síntomas de su señora, avanza
la nodriza (Laura Galán); siendo, a la vez, portavoz de infantes impedidos,
mutilados, que preguntan sin tregua. Asistir a Aitana en todo momento pretende
la música en vivo, de una exquisitez digna de la ópera, magníficamente interpretada
por Joana Gomila; para que nada nos distraiga de lo esencial, que es el dolor
de Medea, su transformación y el terror hipnótico que nos provoca.
Todo aquello que anhela poseer es poseído. La pasión habita
el cuerpo, dispone de él y lo disloca. Nos falta el aliento en la escena con
Jasón, pues el amor parece rescatable, asoma su cabeza de la ciénaga; mas le disuaden
golpes certeros y se hunde. Tras la humillación definitiva, se va desnudando
Aitana ante nuestros sentidos atónitos, va dejando paso a lo monstruoso que en
ella anida; y que dormita, enroscado en lo más profundo de cada uno de los que mira. La regresión como
punto de vista.
©Foto Luis Castilla |
En esta versión del texto de Séneca, es cada sintagma una
llave hacia el fracaso del mundo, una oscura liturgia. Las palabras se hacen
carne en Medea para traernos a Hécate de vuelta, sacudirla en angustia indecente y fecundarla
en tentación híbrida, ídolo impregnado de tierra húmeda.
Al fin, brota la violencia más terrible, pero sin sangre. Desde
las altas cumbres de la civilización, se despeñan palabras huecas; la rigidez
se quebranta, se hacen añicos las súplicas.
Tan solo queda el polvo estremeciendo el aire.
Inmensa, Aitana Sánchez Gijón, inmensa… ¿Qué más decir?... Inmensa…
Gracias,
MJ
María José Cortés Robles
Fotografías
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