lunes, 15 de diciembre de 2014

LAS CRÓNICAS DE MJ - LA BELLA DE AMHERST - William Luce / Juan Pastor



En Teatro Guindalera, si llegas un día lluvioso de otoño con bastante antelación con respecto al inicio de la función, son tan amables que te recomiendan un lugar cercano que consiga hacer más grata la espera. La biblioteca pública de la calle Azcona, por lo visto, una de las más amplias de Madrid, cumplió su cometido. Ningún ejemplar de William Luce en la sección de teatro; era de esperar. Esta vez no conocía el texto que se iba a representar, aunque sí a la escritora a la que se pretendía devolver a la vida: Emily Dickinson. “Conocer” es una concepto equívoco en depende qué contexto; en realidad, he leído alguno de sus  poemas y curioseado en los misterios de su biografía. El personaje real es ya bastante interesante: reclusión voluntaria en su hogar, posible enfermedad (epilepsia), obra prolija que permaneció inédita hasta después de su muerte... En la actualidad es reconocida como una de las poetisas más importantes de América.


Cuando recogí mi entrada pregunté: -“¿Qué me recomiendas para conseguir un buen sitio? ¿A qué hora vuelvo?” -“No hay problema”- me contestaron -“Nos falta por vender un tercio del aforo” Sentí de veras que fuera así, pero eso no me aseguraba un lugar privilegiado. Nada se interpondría entre María Pastor y yo; improvisé lo necesario para conseguir sentarme en primera fila a disfrutar del espectáculo.


Juan Pastor había hecho uso de su barita mágica y, en el escenario, permanecían suspendidas en el aire dos sillas giradas y a distinta altura. Algunos muebles aparecían volcados en el suelo, como si los hubiera empujado a esa posición una fuerza centrípeta, imagen congelada de lo que agita en su seno el ojo de un huracán mientras se reproduce.

Me satisfizo acertar en las predicciones, pues la obra se inició con el sonido lejano del vendaval, que balanceó levemente las sillas colgantes y el extremo de la insinuada vegetación. Esa voz atemporal resucitó a nuestra protagonista: la maga blanca, la que con un chasquido de los dedos consiguió atravesar la cuarta pared y conversar directamente con el público, seres del futuro, para después regresar a sus encuentros y desencuentros con personajes fantasma, criaturas del recuerdo. Con la ayuda de su prodigiosa memoria, enderezando un mueble o sentándose con cierta disposición en un sillón, fue capaz de dibujarnos de tal modo a los ausentes, que pudimos imaginarlos allí,  interactuando con ella; hasta al gato de su hermana que le deshacía las madejas. Saltó Emily adelante y atrás, de acontecimiento en acontecimiento, con la agilidad de lo incorpóreo, con la levedad de una pluma mecida por la brisa. Y, de súbito, un poema, un nido de palabras que ahondó en la cadencia del texto al completo, elogio del canto.



La poetisa, se ocupó ante nuestra plácida mirada de los pájaros, las fuentes, el huerto; y, a media noche, de las palabras, su pasión y su credo. Contó para la representación de su vida con cómplices suficientes: con sus padres y sus hermanos, con alguna amistad; un gran amor platónico, el que nos mencionó como Maestro. Su mundo, feliz y pleno a nuestros ojos. Tan solo una nostalgia presenciamos, la imposibilidad de publicar, la búsqueda de lectores más allá de su entorno. Al principio de la obra nos dio a probar una de sus tartas; al final, fue íntegra su entrega a través del baúl que contenía su mayor tesoro, miles de versos.

En medio de todo, el misterio. Algo inconfesable, del otro lado, que impregnó la atmósfera de la sala, que bailó en las pupilas de la actriz reflejándose de forma inmediata en las nuestras, dilatadas por la atención hipnótica. Permanecimos conectados a lo esencial como por encanto, sonreímos con ella y le enjugamos esa tímida lágrima, fruto de una pérdida. Pero no hubo ningún drama, nada que nos apartara del gozo de la creación, ningún dolor que emponzoñase ese placer de escuchar atentamente a Emily pronunciar una palabra llenando toda la boca de musicalidad cargada de sentido, de significados nunca tan precisos, pues que se alzan las palabras, se arremolinan y vuelan, trascienden, se las lleva el viento a otros oídos, a otros labios.


La tragedia, si la hubiera, es el agotamiento de la vida, que no el final, pues legamos siempre nuestro ejemplo; pues siempre se pueden recoger del suelo los muebles, enderezarlos, ponerlos en su lugar para que recuperen su utilidad y resulten de nuevo confortables y cálidos.

Es este un trabajo artístico cargado de esperanza, la misma que enarbolan los que conforman el equipo de teatro Guindalera, héroes contra el vendaval de la sinrazón que parece pretender arrasarlo todo. Ellos permanecen en pie y regresan cada día con una sonrisa al punto de encuentro. Emulemos su coraje y no faltemos a la cita.

Es este un compromiso,


MJ                                              María José Cortés Robles 




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