domingo, 9 de agosto de 2015

"De como dediqué mi vida al arte y cambió mi percepción sobre el mundo" por Victoria Alonso Yanes

No recuerdo cuando fue el último día que pasé sin escuchar a Mozart. 

Hasta los días en los que no tengo tiempo para respirar, siempre, de manera casi inconsciente, me veo envuelta por una de sus arias e irremediablemente después, me siento bien. Esa es la magia de su genialidad; su naturalidad, como todo surge de manera fluida, sin esfuerzo.


Recuerdo cuando fue la primera vez que escuché el Réquiem, durante mi más tierna infancia, de la mano de mi profesor de piano, Jacinto. 
Jacinto era uno de esos hombres que desprendía un aura atrayente y eléctrica, del tipo que sólo las personas con sensibilidad artística pueden irradiar. Y mi perra Nora debía notarlo, porque siendo de naturaleza arisca, se volvía loca, literalmente, cada vez que notaba su presencia cerca de la puerta de entrada. Y no era la única, su olor le precedía, olor a madera, a flores y a música. Era un hombre locuaz y dicharachero, de esos hombres que cuando aman algo lo hacen sinceramente y saben transmitirlo de una manera especial a los que les toca,  afortunadamente, estar bajo sus alas.




Con Jacinto y mis padres aprendí a apreciar la música clásica. Mi madre, que tocó el piano durante toda su vida hasta que llegó a la madurez, es una mujer a la que  su sensibilidad, a veces poco inteligente desde mi punto de vista, la tiene dominada de una manera maravillosa y desde pequeña supo transmitirme la pasión que despierta la música y el arte. 
Mi padre, por otro lado, es un hombre extraño de estudiar.
No le considero un hombre serio. Es un hombre bastante extrovertido y amable, con ojos bondadosos y afectos controlados. Sin embargo, es  reservado, hermético y casi misterioso. Detrás de su apariencia poco próxima a las artes se esconde una persona que, a pesar de no haberlo practicado, ama el arte, la ópera, el teatro y el cine. Con él escuché las primeras óperas y fue de la mano de La Flauta Mágica cuando comprendí que no pasaría un sólo día de mi vida sin escuchar al menos diez minutos de Mozart. Así fue como comencé a comprender que mi naturaleza artística me iba a acompañar toda la vida, formaba parte de mi ADN y es lo único sobre lo que no he dudado nunca y cuya pasión nunca ha amainado, al contrario, según he ido madurando y aprendiendo, ha aumentado hasta el punto en el que duele.




Tardé muchos años en madurar mi visión sobre Mozart , las óperas y el ballet. Mi entrada en la carrera de Arte fue el empujón que sin duda necesitaba. Nunca he sido muy práctica a la hora de decidir que estudiar, no he intentado seguir un hilo lógico, ni he seguido una estrategia. Solo he seguido mis sentimientos y mi entusiasmo y creo que es lo mejor que he hecho en la vida. Como trabajo de fin de carrera decidí hacer un estudio sobre las óperas de Mozart y encontrar un nuevo modo de relacionarlas. A pesar de que pensaba estudiar después arqueología y que sabía que hubiera sido más lógico  hacer el trabajo sobre algo relacionado con lo que posteriormente iba a hacer, no dudé en embarcarme en el proyecto.
Escuchar todos los días fragmento a fragmento todas sus óperas se convirtió en algo que marcaría mi persona.  Conocer a Mozart más profundamente cambió mi forma de ver el mundo. Cambió mi forma de pensar, de relacionarme y sobre todo de sentir. Con Don Giovanni conseguí ver aquello que hasta entonces ni siquiera sabía que existía, ahora entiendo, salvando las distancias, el éxtasis de Santa Teresa. Aunque no es algo exclusivo sólo de la ópera, ya que también lo he sentido bailando ballet, escuchando flamenco en vivo o pintando, si que es algo exclusivo de Mozart.



Mozart estuvo adelantado a su tiempo y por ello atormentado. Mozart supo acercar algo que no es tangible al mundo terrenal. Mozart supo mirar más allá y su visión perdurará para siempre. Mozart estará siempre en el alma de mi profesor de piano, de mis padres, en la mía y en la de cada persona que se haya acercado a él un poco más de lo normal. De él podría estar  hablando toda la vida. 

   


Lo más emocionante del arte es que no se puede expresar lo que se mueve en el interior de cada persona de manera completa. Es por ello, que el ser humano tuvo el impulso de expresarlo de múltiples formas y si algo tengo claro es que nunca dejaré de expresarlo, porque el arte es aquello por lo que vivo, por lo que me muevo y por lo que respiro. El día que no sienta electricidad en el pecho cuando baile, pinte, escriba o me ponga un aria de Mozart, sin duda habré muerto

Victoria Alonso Yanes

1 comentario :

  1. Al final de su vida, a pocos días de morir, el prodigio austriaco compuso una última obra: El Requiem, misa para difuntos que le fue encargada por un ente desconocido y que, sin que él lo planeara, fue utilizada en su propio funeral. Lo interesante con esta composición final de Mozart, es que parece muy normal hasta que alguien decide traducir su letra escrita originalmente en latín. Un fragmento de la obra llamado Dies Irae (Dia de la ira en español) , dice lo siguiente.

    Día de la ira,

    aquel día,

    en el que los siglos se reduzcan a cenizas,

    cuanto terror habrá en el futuro cuando el Juez haya de venir,

    la muerte y la naturaleza se asombraran cuando resucite la criatura.


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