jueves, 30 de abril de 2015

EL GUIONISTA CONTABLE: You'll never walk alone.





Bueno... ¿Habrá pedido el deseo? -dice mami.

La pequeña Sabina nos mira a los ojos mientras aún está atónita con tanto revuelo alrededor.
La primera decisión que tomó fue nacer. Bendita y valiente decisión, pues su nacimiento aportó a quienes esperaban su llegada un plus en sus vidas. Unas vidas que cambiaron desde ese día y que se desvivirán hasta la eternidad.




Valiente, porque se ha subido a un barco en el que está prohibido bajarse.
Valiente, porque para andar por estos lares, hace falta serlo, para que cada valla que se interponga en su camino, sepa que hay que sobrepasarla. La podrá tirar, la podrá saltar o incluso esquivar. Pero sí o sí, deberá aprender a verse en situaciones así y aprender a tomar la decisión de superarla.

Aprender...

Y digo decisión, a pesar de que al ser pequeños, nuestras decisiones están más reducidas y estamos bajo el conocido paraguas de nuestros padres y creadores. Pero yo sé que Sabina ha tomado muchas decisiones durante este tiempo.

Sabina aprendió muchas cosas desde el día que inauguró su propia aventura, porque cuando llegó, tan sólo sabía llorar y tampoco sabía la razón de por qué lo hacía.




Sabina aprendió a reír.
Y Sabina aprendió a mirar a los ojos de su madre.
Y un día decidió que podía mirarla a los ojos y reír con ella buscando su dulce complicidad.

Sabina aprendió a sostenerse en las piernas de mamá.
Y Sabina aprendió a tener equilibrio apoyando sus manos y rodillas en el suelo.
Y un día decidió que podía ir de un sitio a otro por sí misma, mientras mamá la vigilaba.

Sabina aprendió a caminar.
Y Sabina aprendió a caerse.
Y un día decidió que aunque se cayese, se levantaría de nuevo.

Sabina aprendió a saber cómo se llama.
Y Sabina está aprendiendo a hablar.
Y ahora, Sabina está decidiendo llamar a su madre hablando y dejar su llanto para cosas de mayor importancia.




Es la etapa más dura, a la vez que apasionante, porque sabes que cada paso que da va a ser único y jamás se repetirá igual. Y que muchas de las cosas que Sabina aprenda y decida durante ese periodo serán la base de su futuro más inmediato y en infinidad de ocasiones, sellará su manera de ser, de pensar, de vivir...

Sabina ha sido capaz de enseñar. Ha enseñado a sus padres a aprender y decidir cosas en menos tiempo del que sus ellos imaginaron.

Y como digo, el conocido paraguas de los papis, estará el día de mañana para recordarle todas aquellos momentos o situaciones en las que Sabina no ha sido consciente de lo que ha vivido. Porque lo ha vivido tan rápidamente y con enorme pasión. Y sobre todo, porque lo ha disfrutado en tiempo presente. 

Porque durante ese tiempo el pasado no existe y el futuro lo estás construyendo día a día.

 


La Conocida acaba de vivir todo lo que os he contado y estoy seguro que sus padres van a recordarle todo lo que ha vivido este primer año de vida, porque ha vivido cosas maravillosas y las ha vivido con pasión y en tiempo presente.


Y por seguro que todo lo vivido, y todo lo que actualmente va creando allá por dónde pasa, ha enseñado a sus padres que se ha podido hacer en menos tiempo del previsto.
Y digo "allá por donde pasa" como el caballo de Atila, pero en este caso Sabina y La Conocida por donde pasan no es que no crezca la hierba, sino que además de crecer verde y hermosa, es capaz de que broten flores que inconscientemente comprometan a la gente a ser feliz estando a su lado.



¡Feliz cumpleaños Conocida! You'll never walk alone.





                                                                                                                                       Álex Viikiingo

                                                                                                                           



miércoles, 29 de abril de 2015

LAS CRÓNICAS DE MJ: El despertar de la hybris o la cuarta dimensión “Antígona”/ Miguel del Arco




Precipitarse. Perder el equilibrio. No permanecer adheridos a la intersección entre las coordenadas de espacio y tiempo. Sucumbir en brazos del peligro. O, en cambio, catalogar los impulsos cuidadosamente, almacenar lo mensurable, desechar la desmesura. ¿Dónde queda el entusiasmo? Sobrevuela el precipicio.
Aunque incapaz de verter sangre propia o ajena ni de perder del todo las formas, al menos eso es lo que percibo de mi misma, lo que quiero pensar… tras mi participación como oyente en los talleres de investigación de ‘Teatro de la Ciudad’, formo parte de un grupo de Facebook que se define como ‘adictos a…’ Parece como pertenecer a un club de fans enloquecidos por un determinado producto fruto del márketing… Tendremos que replantearnos el nombre, e incluso la propia actividad; sobre todo una vez disfrutado el resultado de cada proceso artístico a través de los tres espectáculos programados al mismo tiempo en  La Abadía. El arte es sagrado, no un objeto de consumo cualquiera.



La tarde que fui a ver “Antígona”, dirigida por Miguel del Arco; a la entrada de la Sala Juan de la Cruz, antes de su apertura, un hombre situado a mi derecha preguntaba en voz alta a una mujer: - “¿Qué obra vamos a ver?”- Al mismo tiempo, entre las paredes del antiguo templo, palabras resucitadas, plenas de sentido y de belleza, ansiaban una nueva  reencarnación en algún pecho expectante. Como dijo en su día Larra, ‘¿quién es el público y dónde encontrarlo?’
Reflexioné sobre cuál podría ser el modo acertado de convocar y hacer posible la asistencia a estos eventos de una cantidad máxima de sensibilidades óptimas o, al menos, de aquellos seres que busquen comprender la existencia misma a través del arte y conserven, además, un ápice de las capacidades tanto de ilusionarse como de indignarse. Este ambicioso proyecto, “Teatro de la Ciudad”, pretende que todo individuo interesado se concilie con la vida cultural de su ciudad, que participe de ella activamente. Pero, ¿qué es la lucidez y dónde encontrarla?
Necesitamos perspectiva, tanto en el arte como en la vida. Así me lo advirtió un elemento escénico suspendido por encima de las cabezas de los que nos sentábamos ya en las butacas del teatro, esa tarde, esperando el inicio de la función; una forma geométrica, casi esférica, translúcida, que giraba levemente, aparentemente mecida por un sonido hipnótico. Se pretendía crear una atmósfera previa a la acción dramática. La gente ha olvidado la compostura en los rituales, y habla o consulta el teléfono móvil justo antes de lo iniciático. La magia se esconde en lo más oscuro de nuestro intelecto, incapaces como estamos de soportar el propio silencio, de concentrarnos.



Esta cápsula colgante, semejante a algún elemento de la naturaleza, quizá al cáliz de una flor rastrera, o más bien al estómago de una planta carnívora aparentemente inofensiva; intentaba ya decirnos algo insólito desde su transparencia. Los reflejos cambiantes de las fases lunares colorearon durante la función sus pétalos cerrados alrededor de un vacío inquietante. Como si la luz se transformara en nido de sierpes, como la confluencia de enfurecidos riachuelos de sangre derramada. Mensaje críptico era este: La esencia de la tragedia contenida en la obcecación que se adviene sobre las conciencias de ambos personajes principales, Creonte y Antígona. Los dos se aíslan. Lo razonable se les antoja mera ligereza de carácter. El peso de las responsabilidades que conlleva nuestro lugar en el mundo; contra el amor herido, que no ahorra en prendas. Lo que adoptamos como propio, de nuestra competencia, transformándose en un horripilante monstruo que nos engulle.
La armonía persiste, sin embargo, entre lo insignificante, el ‘sálvese quien pueda’ coral magnetizado, la marea humana que como una sola voz plural arrastra consigo a las víctimas precisas para alimentar los mitos, para apaciguar la voracidad de nuestro imaginario común, encumbrándolo hasta hacerlo irrespirable.





Regresemos a la historia que nos cuentan. Las leyes humanas, los muros que impiden el asedio de los disconformes aún no se han alzado, nadie se opone a Creonte, en un principio. Enarbolamos esperanzas y consignas a cada paso, necesitamos creer en nuestros líderes o en nuestro propio liderazgo. No es que el poder corrompa, es que el ejercicio del poder aparta de lo cotidiano de las gentes, de sus necesidades perentorias y sus aspiraciones; de sus ideales, materia explosiva e incuestionable. Pierde el gobernante el contacto directo con lo más sagrado para la ciudad y la relación entrambos se vicia, ya no es veraz. El poderoso, poseído de la verdad, pone un ladrillo opaco sobre otro; la razón emparedada.
Aunque, no nos engañemos, nosotros mismos, desde nuestras confortables butacas, proclives a la mesura y al anonimato,  somos candidatos perfectos como provocadores del sacrificio ajeno. No es propio de la mayoría abandonar tan fácilmente su zona de confort. Nadie tuvo la iniciativa de acometer junto a Antígona el acto considerado según la legislación vigente digno de castigo; ni tan siquiera Ismene accedió, aunque se empeñase en disuadirla; en soledad hubo de perpetrarlo; su hermana se aferró a la vida con todas sus fuerzas, asumiendo una nueva pérdida y sumándola al desdichado cúmulo de desgracias acaecidas a la familia de ambas. Tenemos capacidad de decisión. Y, pese a eso, ciudadanos prudentes, como nosotros, construyeron el cerco de la locura de Antígona, agitaron persistentemente su conciencia hasta enajenarla por completo, enardecidos en admiración hacia su firmeza, asustados y jubilosos a un tiempo.  La opinión pública manejando los asuntos, llevando y trayendo con violencia de mar embravecido a una ligera criatura alada inmersa en el estruendo de sus vaivenes; lanzada con inocente empeño contra la cuarta pared, que separa el hecho artístico de los que lo consumen, para hacerla añicos y que nada nos separe de su ofrenda: carne de nuestra carne desgarrada. Adoramos a los mártires solo después de muertos; ávidos como estamos, sin embargo, de predicciones, gráficos y encuestas. En la actualidad, estaría muy demandado el visionario Tiresias, pero, como entonces, pondríamos en tela de juicio sus pesquisas e ignoraríamos sus hallazgos.



En circunstancias extremas, ¿qué podría hacer un ser engendrado en luz sino ser esencialmente luz plena? Todos cegados, ajenos a la coexistencia de la sombra que dulcifica la experiencia, ascendiendo como asteroides encendidos hacia la inmensidad abisal del universo, hasta el remolino insondable de los agujeros negros.
Desde el inicio de los tiempos andamos errantes, huidos de la falacia del paraíso, buscando salidas dignas y contenidas a los conflictos humanos que generan tragedias. El mundo continúa girando sobre sí mismo ignorante y cruel, sujeto a la órbita de una melodía infinita en la que murmullo o grito, risa o llanto, vida o muerte; son tan solo notas de una partitura aún no escrita. Para saber, hay que distanciarse, ya lo he dicho; solo en la quietud está la perspectiva; ensimismarse, elevarse. Pero la sabiduría no consuela.
Antígona encapsulada en soledad absoluta, gimiendo como un animal abandonado al nacer, suspendida en la nada por los siglos de los siglos. 


Conmovida y asombrada por la propuesta de dirección de esta tragedia griega en la que, la supuesta ecuación a resolver sobre qué hacer con los coros, ha despejado la incógnita hacia lo más novedoso y atractivo que se ha visto al respecto en años.  ¡De repente, el coro, no solo es que estuviera en la acción, sino que la generaba y era además melodía de base, atmósfera! De igual modo quiero resaltar el estiramiento e incluso quebrantamiento de los límites en cuanto a la ocupación de los espacios a través de la acción. ¡Ha nacido el teatro en cuatro dimensiones!
No derramé una lágrima, prescindí de mis emociones hasta el final del espectáculo. Eso sí, los ojos y los sentidos todos, alerta, abiertos, descoyuntados…
 A Miguel del Arco, su valiente y excepcional elenco, junto al grupo de profesionales que ha colaborado en la creación de esta obra de arte; gracias; mil gracias y hasta pronto, espero…




María José Cortés Robles


FOTOGRAFÍAS: TEATRO DE LA CIUDAD



sábado, 4 de abril de 2015

LAS CRÓNICAS DE MJ: ESCUPIR SOBRE UN MITO “Don Juan Tenorio” (versión Juan Mayorga) / Blanca Portillo


Supongo que es esta una decisión harto sopesada de antemano, que no se determina así como así ni es una más de las tareas pendientes tachadas de la agenda. Espero, por mi fe en su talento, que Blanca masticó muy bien ese bocado intelectual, monstruoso en su fijación hierática; que le fue imposible de tragar o que incluso lo deglutió y lo mantuvo fermentando en su imaginación durante el tiempo necesario para que provocase el espasmo, la repulsa, la bocanada de asco perentoria. Resolver la historia de un mito en la contemplación de un escupitajo, contenga o no el arcoiris de los jugos gástricos en su reflejo, no resulta entretenido pasatiempo para espectador ninguno; te deja noqueado.

Es imprescindible el arte como revulsivo, ya es suficientemente complaciente  la apariencia artificiosa de lo cotidiano. Despertar entre las babas de alguien lúcido, sin embargo, no añade gozo, antes bien incomoda. ¿Y qué debe el interesado hacer cubierto de herrumbre? Sin duda ir a asearse. Eso hice. De la segunda fila del teatro, junto al pasillo, me precipité a la calle. No tuve interlocutor, me cuestioné a mí misma y no supe de conclusiones esa tarde; tampoco mientras escribo esto.


Voy a practicar esto de vez en cuando, escribir sobre un acontecimiento artístico más o menos lejano en el tiempo. También lo inmediato nos sale ya por las orejas, se desparrama por las cuencas de lo que somos en un continuo obsesivo. Mejor parar, dejarlo estar, guardar silencio. Los ecos de lo vivido, lo que conservamos.

De esa tarde de teatro recuerdo en escena imágenes planas, como planchadas dentro de un libro por el paso del tiempo; enormes signos superponiéndose con su frialdad armoniosa y móvil; danzas indescifrables, coreografías de violencia, afán vicioso e instintivo entre los seres reencarnados; y, sobre todo, una ausencia: ausencia de amor, ni un ápice de romanticismo, de ternura, de embelesada tendencia, de compasión. Lucidez, una visión distanciada de nuestros instintos. La palabra era un torrente de música electrónica, algo arrojado del alma con soltura y desfachatez, un impulso que se ha generado en el lado oscuro y serpentea hasta perderse en una carcajada seca, tan semejante a un lamento. Lo paradójico del instante ahogado en formol y reanimado por la descarga del desprecio.

 

No hay salvación para la estupidez humana, no hay calmante para el escozor de espíritu. He escrito “espíritu” por consideración a los allí reunidos ante semejante espectáculo, ya que en los personajes retumbaba el vacío existencial hasta estremecernos en las butacas. Nada transciende, la muerte se vanagloria con su vaporosa imagen y su voz impostada. Se nos advierte directamente, pero nos falta costumbre.  

De la música no sé nada, quizá un vano recuerdo de alguien cantando en el proscenio entre escena y escena... Alguien extraño, no demasiado humano.... O quizá era otra tarde, otra dirección, otra obra, o una creación propia surgida de la impronta del arte.



Aplaudí. Ya digo que me fui en dirección a lo urgente de mi vida en esa noche. Cada vez me cuesta más opinar en mis crónicas; no es opinar lo que quiero, sino trasladar la experiencia con su llameante incógnita. Ese es mi empeño.

Solo añadiré esto: La valiente directora Blanca Portillo da que pensar, y estamos muy necesitados. Quedo en espera de su próxima entrega (nunca mejor dicho...)

MJ

María José Cortés Robles