sábado, 4 de abril de 2015

LAS CRÓNICAS DE MJ: ESCUPIR SOBRE UN MITO “Don Juan Tenorio” (versión Juan Mayorga) / Blanca Portillo


Supongo que es esta una decisión harto sopesada de antemano, que no se determina así como así ni es una más de las tareas pendientes tachadas de la agenda. Espero, por mi fe en su talento, que Blanca masticó muy bien ese bocado intelectual, monstruoso en su fijación hierática; que le fue imposible de tragar o que incluso lo deglutió y lo mantuvo fermentando en su imaginación durante el tiempo necesario para que provocase el espasmo, la repulsa, la bocanada de asco perentoria. Resolver la historia de un mito en la contemplación de un escupitajo, contenga o no el arcoiris de los jugos gástricos en su reflejo, no resulta entretenido pasatiempo para espectador ninguno; te deja noqueado.

Es imprescindible el arte como revulsivo, ya es suficientemente complaciente  la apariencia artificiosa de lo cotidiano. Despertar entre las babas de alguien lúcido, sin embargo, no añade gozo, antes bien incomoda. ¿Y qué debe el interesado hacer cubierto de herrumbre? Sin duda ir a asearse. Eso hice. De la segunda fila del teatro, junto al pasillo, me precipité a la calle. No tuve interlocutor, me cuestioné a mí misma y no supe de conclusiones esa tarde; tampoco mientras escribo esto.


Voy a practicar esto de vez en cuando, escribir sobre un acontecimiento artístico más o menos lejano en el tiempo. También lo inmediato nos sale ya por las orejas, se desparrama por las cuencas de lo que somos en un continuo obsesivo. Mejor parar, dejarlo estar, guardar silencio. Los ecos de lo vivido, lo que conservamos.

De esa tarde de teatro recuerdo en escena imágenes planas, como planchadas dentro de un libro por el paso del tiempo; enormes signos superponiéndose con su frialdad armoniosa y móvil; danzas indescifrables, coreografías de violencia, afán vicioso e instintivo entre los seres reencarnados; y, sobre todo, una ausencia: ausencia de amor, ni un ápice de romanticismo, de ternura, de embelesada tendencia, de compasión. Lucidez, una visión distanciada de nuestros instintos. La palabra era un torrente de música electrónica, algo arrojado del alma con soltura y desfachatez, un impulso que se ha generado en el lado oscuro y serpentea hasta perderse en una carcajada seca, tan semejante a un lamento. Lo paradójico del instante ahogado en formol y reanimado por la descarga del desprecio.

 

No hay salvación para la estupidez humana, no hay calmante para el escozor de espíritu. He escrito “espíritu” por consideración a los allí reunidos ante semejante espectáculo, ya que en los personajes retumbaba el vacío existencial hasta estremecernos en las butacas. Nada transciende, la muerte se vanagloria con su vaporosa imagen y su voz impostada. Se nos advierte directamente, pero nos falta costumbre.  

De la música no sé nada, quizá un vano recuerdo de alguien cantando en el proscenio entre escena y escena... Alguien extraño, no demasiado humano.... O quizá era otra tarde, otra dirección, otra obra, o una creación propia surgida de la impronta del arte.



Aplaudí. Ya digo que me fui en dirección a lo urgente de mi vida en esa noche. Cada vez me cuesta más opinar en mis crónicas; no es opinar lo que quiero, sino trasladar la experiencia con su llameante incógnita. Ese es mi empeño.

Solo añadiré esto: La valiente directora Blanca Portillo da que pensar, y estamos muy necesitados. Quedo en espera de su próxima entrega (nunca mejor dicho...)

MJ

María José Cortés Robles

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