Es esta una de esas obras que hay que
dejar reposar, después de que acontecen en la retina, en los oídos, a nuestra
izquierda, nuestra derecha y nuestra espalda, en las alturas, a nuestros pies...
Fuimos rodeados por la violenta fabulación, envueltos en una luz mortecina y
cambiante, una vez que el Umbral de la Primavera hubo echado el cierre.
Es un buen principio este: no hay mejor telón de boca para una función que nos quisiera encerrar en Puerto Urraco el mismo día de los atroces acontecimientos. El espacio escénico, tiene una estructura interesante, con multitud de recovecos que varían la perspectiva, como escenografía que aprovechara un paisaje autóctono. Incluso el suelo empedrado es apropiado. Los expectantes, nos hallamos sentados formando una elipse, pudiéndonos observar unos a otros, en reunión de vecinos de los de antes, a la puerta de la casa de cada cual... No se busca otra cosa que nuestra incomodidad, creo yo, hacernos partícipes sin nuestro consentimiento.
La espera en estas condiciones
produce intranquilidad y cierto deseo morboso de que suceda lo que tenga que
suceder. Permanecemos en silencio o cuchicheando alguna cosa sobre los iconos
religiosos, sobre la cantidad de velas, no sé si alguno distraído aún con su
propia vida... Yo no, desde luego, no me cuesta nada entrar y aquí me habían
introducido, creía yo, directamente en la habitación del fondo.
No era así, sin embargo, de lo más profundo de la cueva surge el clan de los matarifes con toda su idiosincrasia, como ‘garrulos’ que son: su empeño en apelmazarse en una venganza acérrima, su cejijunto entender de los motivos que los mueven; su pánico a no encarnar lo que se espera de ellos, lo que imaginan y urden unos de otros sobre los deberes en las ofensas, sobre la limpieza imposible de las máculas sangrientas.
“Garrulos” ese es el título de la
obra de Jorge Moreno. ¿Y donde están los ángeles? El elenco es adecuado a
los personajes. Pero no serán estos a los que encarnan, en todo caso la estela
de su ignorancia. Mancillados desde niños por abusos y vejaciones que se
adivinan, sobre todo las hembras; confundidos los machos en aberrantes
disposiciones supuestamente propias de su sexo, cegados por lo incomprensible,
hipnotizados por lo ajeno. No se usan plumas, ni colorantes, ni edulcorantes;
en todo caso el opio adormecedor del rezo y los lamentos que no conduce a más
que a las enfermizas obsesiones. Las tradiciones no son ningún bálsamo sanador,
en estos casos, antes bien imposiciones, camisas de fuerza que a duras penas
contuvieron nunca el arranque de la locura. Almas en pena parecen los actores
deambulando en nuestro entorno, hermanados en el horror de lo sin remedio,
condenados a reiterar perpetuamente sus dudas, su desazón, sus maquinaciones.
Una y otra vez tienen que apretar el gatillo, y rematar si no hubo acierto.
Nuevamente odiar y urdir la venganza, vengarse y sufrir el castigo, justificar
tanta matanza. Ellos, la familia, se consideran capaces, pues lo han sido
durante siglos, (‘héroes’ o ‘mártires’ sería imposible en este caso, por puro desconocimiento).
De pronto, caigo en la cuenta:
estamos en el infierno, la guitarra eléctrica ya nos advertía con sus estremecedores
aullidos metálicos; estamos en lo más hondo, entre las llamas que nos consumen.
¿Por qué sonreímos, entonces? ¿Cómo puede ser que nos quepa este humor ácido? Cierta
distancia se reproduce que nos permite planteamientos más allá de la tragedia,
a años luz del sentimentalismo. No es este un teatro de las emociones, sino de
sensaciones y reflexiones, de cadencias lorquianas que nos acechan y nos invaden,
de hechos que, por su rotunda corroboración en los anales de la historia, la
que transciende y la cotidiana, nos sacuden desde los cimientos.
¿Cómo acaba? Nunca, ya lo he dicho:
lo que pudo ser, está siendo ahora y es susceptible de repetirse en cualquier
lugar, en cualquier momento, yendo y viniendo en el tiempo. El hombre es un
lobo para el hombre. Es nuestra condición.
Pero escapemos de aquí. ¡Qué alivio
que nos liberen a este espejismo diario de vivir ajenos a las matanzas que proliferan
por el mundo!... ¡La desfachatez de los bobos, de los infelices! ¡No estamos a
salvo, sino condenados, hermanados en la venganza o apilados como víctimas; somos
culpables todos de lo propio y de lo ajeno por los siglos de los siglos!
Si hablara con reservas y de otros,
firmaría ‘Amén’, por temor al reconocimiento y sus represalias; como hablo con franqueza de “Teatro Hermético”, de
buenos actores de trabajo impecable, de los cuales a algunos conozco desde los
tiempos de escuela, firmaré con mi nombre y mi pseudónimo. Hasta otra,
MJ María José Cortés Robles
0 comentarios :
Publicar un comentario