¿Qué reducto insobornable nos mantiene erguidos y alerta entre la podredumbre? ¿Por qué ahondar en las raíces amargas de la vida? ¿Qué impulso de los ínferos nos impide la renuncia?
Cuando se violenta la palabra como a una virgen disfrazada,
cuando se busca la estridencia que reverbera en los corazones, cuando la acción
arrasa con lo codiciado por los simples, cuando la entrega corrompe… ¿a dónde
mirar?, ¿cómo no huir?
La belleza compasiva dando cobijo al tedio más salvaje, abriéndose
paso entre la desesperación y el vicio. La desidia reconociendo la elocuencia
mancillada del silencio.
Irina Kouberskaya sabe bien que lo artístico es eso que
permuta bajo obviedades; esa cadencia insólita que surge de pronto,
hipnotizando a los perdidos en la vorágine de la existencia; ese instante
detenido que nos salva de la indigencia emocional y del ensordecedor aullido
del destino. Irina conoce bien nuestra tendencia a la completud, a fortalecer
nuestra presencia imantada de infinito. Es, por lo tanto, prodigioso el
encuentro entre esta directora y Rocío Osuna, actriz que encarna el único
personaje femenino, “Ruth”; todos los reunidos aquella tarde en Teatro Tribueñe
como tal lo celebramos. Esta talentosa actriz, siguiendo las sabias directrices
de Irina Kouberskaya; se aventura por
senderos intransitables, entre rescoldos encendidos por los bajos
instintos; como ofrenda del marido en su “regresar a la hoguera”, que no al
“hogar”, porque el pasado es ya una pira ávida de sacrificio y se hace su
ambiente extraña humareda irrespirable.
Abrimos la puerta a lo repulsivo en nosotros con la misma
llave imaginaria que los actores. ¿Qué hallazgos compartimos?
Alimañas acechando cualquier atisbo de ajena complacencia, familiares próximos,
de la propia sangre, que se sirven su
porción de dicha de nuestro propio plato sin
solicitar los permisos pertinentes. Nos sentimos atacados en nuestro
orgullo junto a “Teddy” (aquella tarde reencarnado en el actor Pablo Múgica).
Uno cree que los propios orígenes son tan solo la nostalgia
de una suerte asumida como desgracia o como ventura en el reparto de la
fortuna; que puede uno alejarse de los congéneres, distinguirse, mejorarse…
Pero ningún ser humano permanece exento de las máculas de la deshonra si,
estando en el lugar indicado y a tiempo, pudiendo reaccionar, no hace nada para
remediar la ignominia. Y es que no
resulta salubre rebuscar en las cloacas, por mucho que identifiquemos nuestros
propios deshechos.
La propuesta de esta directora transciende el tan manido
enfrentamiento entre los géneros; no nos habla de maldades ni de bondades, sino
de lo sórdido y lo sublime, dos caras de una misma moneda. No es una obra fácil
de ver, cómoda, ni divertida. Pese a ello, este trabajo, en su controversia, es
capaz de dibujar una media sonrisa en los rostros de los espectadores, máscaras
superficiales de su atención perpleja. Despierta nuestra empatía, aunque nos
resulte asombroso, la desfachatez del resto de los personajes masculinos, desde
los más endurecidos por su batallar sin esperanzas contra la erosión del paso
del tiempo (“Max”, interpretado magistralmente por Fernando Sotuela), hasta la tristísima
mímesis del fracaso practicada por el simple, el inocente perdido en el
resplandor giratorio de los espejos (Miguel Pérez-Muñoz en su entrañable
interpretación de Joey). Todos ellos insectos rastreros y, en contraste ella, única
libélula en la oscuridad.
Hay momentos verdaderamente mágicos: la desnudez de un abrazo
que se ha disuelto lentamente en
caricias, el ensamble de dos cuerpos recogidos en ternura que se fecunda… Otros,
mitológicos, del mundo de los sueños: el erotismo sacralizado en una danza
imposible de diosa que se multiplica…
La saciedad consuela, pero el amor está huido. A veces
regresa unos instantes para mirarse en el abismo de unos ojos… y cree
reconocerse… pero se desvanece… ¡Aún nos queda la belleza!
Gracias a todos los artistas que participan de esta función,
de esta ‘rara avis’, orquídea negra de intenso perfume que embriagó nuestros
sentidos hasta el desvanecimiento la otra tarde en Teatro Tribueñe.
Vayan a verla, si aman el arte, pero sin garantía ninguna de
salir indemnes.
MJ
María José Cortés Robles
0 comentarios :
Publicar un comentario