Supongo que es esta una decisión
harto sopesada de antemano, que no se determina así como así ni es una más de
las tareas pendientes tachadas de la agenda. Espero, por mi fe en su talento,
que Blanca masticó muy bien ese bocado intelectual, monstruoso en su fijación
hierática; que le fue imposible de tragar o que incluso lo deglutió y lo
mantuvo fermentando en su imaginación durante el tiempo necesario para que
provocase el espasmo, la repulsa, la bocanada de asco perentoria. Resolver la
historia de un mito en la contemplación de un escupitajo, contenga o no el arcoiris
de los jugos gástricos en su reflejo, no resulta entretenido pasatiempo para
espectador ninguno; te deja noqueado.
Es imprescindible el arte como
revulsivo, ya es suficientemente complaciente
la apariencia artificiosa de lo cotidiano. Despertar entre las babas de
alguien lúcido, sin embargo, no añade gozo, antes bien incomoda. ¿Y qué debe el
interesado hacer cubierto de herrumbre? Sin duda ir a asearse. Eso hice. De la
segunda fila del teatro, junto al pasillo, me precipité a la calle. No tuve
interlocutor, me cuestioné a mí misma y no supe de conclusiones esa tarde;
tampoco mientras escribo esto.
Voy a practicar esto de vez en
cuando, escribir sobre un acontecimiento artístico más o menos lejano en el
tiempo. También lo inmediato nos sale ya por las orejas, se desparrama por las
cuencas de lo que somos en un continuo obsesivo. Mejor parar, dejarlo estar, guardar
silencio. Los ecos de lo vivido, lo que conservamos.
De esa tarde de teatro recuerdo en
escena imágenes planas, como planchadas dentro de un libro por el paso del
tiempo; enormes signos superponiéndose con su frialdad armoniosa y móvil;
danzas indescifrables, coreografías de violencia, afán vicioso e instintivo
entre los seres reencarnados; y, sobre todo, una ausencia: ausencia de amor, ni
un ápice de romanticismo, de ternura, de embelesada tendencia, de compasión.
Lucidez, una visión distanciada de nuestros instintos. La palabra era un
torrente de música electrónica, algo arrojado del alma con soltura y
desfachatez, un impulso que se ha generado en el lado oscuro y serpentea hasta
perderse en una carcajada seca, tan semejante a un lamento. Lo paradójico del
instante ahogado en formol y reanimado por la descarga del desprecio.
No hay salvación para la estupidez
humana, no hay calmante para el escozor de espíritu. He escrito “espíritu” por
consideración a los allí reunidos ante semejante espectáculo, ya que en los
personajes retumbaba el vacío existencial hasta estremecernos en las butacas.
Nada transciende, la muerte se vanagloria con su vaporosa imagen y su voz
impostada. Se nos advierte directamente, pero nos falta costumbre.
De la música no sé nada, quizá un
vano recuerdo de alguien cantando en el proscenio entre escena y escena...
Alguien extraño, no demasiado humano.... O quizá era otra tarde, otra
dirección, otra obra, o una creación propia surgida de la impronta del arte.
Aplaudí. Ya digo que me fui en
dirección a lo urgente de mi vida en esa noche. Cada vez me cuesta más opinar
en mis crónicas; no es opinar lo que quiero, sino trasladar la experiencia con
su llameante incógnita. Ese es mi empeño.
Solo añadiré esto: La valiente directora
Blanca Portillo da que pensar, y estamos muy necesitados. Quedo en espera de su
próxima entrega (nunca mejor dicho...)
MJ
María José Cortés Robles
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